From Afghanistan to Arlington

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Hay contemplación y silencio en el cementerio de Arlington, Estados Unidos. Están allí enterradas más de 400 mil personas, en su mayoría soldados fallecidos en operaciones militares desde la Guerra de Secesión, hasta el presente. Los estadounidenses no quieren más entierros en este lugar, sobre todo por guerras que ya no les importan, como la de Afganistán.

Caminar en el cementerio más grande del mundo, un campo abierto de 250 hectáreas, sobrecoge. Entre los visitantes priman el silencio y el respeto. Allí están enterrados sus hermanos, sus papás, sus madres, sus amigos. Entre ellos, más de dos mil murieron en Afganistán.

Luego de 20 años de presencia en ese país del sur asiático, donde llegaron a combatir y perseguir terroristas para luego intentar sin éxito establecer una democracia, los estadounidenses se retiran. Sus muertos y heridos, que comparten cementerio con los fallecidos en las Guerras Mundiales, Corea, Vietnam, Iraq y otras, así como los ex presidentes del país, parecen haberse sacrificado en vano.

Hoy, Afganistán está en manos de los talibanes y hay una crisis humanitaria. Miles huyen de ese país, entre ellos mujeres y niños. Las pocas conquistas en derechos humanos que alcanzaron en los últimos años serán anuladas. Afganistán vuelve a manos de grupos que alientan el terrorismo, de fanáticos que prohíben el juego, la música y niegan educación a mujeres y niñas.

La retirada de Estados Unidos, que comandó una coalición internacional que fue menguando en número y presupuesto con el pasar de los años, cerró una etapa en la que murieron más de 150 mil personas, 60 mil de ellos militares y policías afganos, 400 activistas humanitarios y unos 54 periodistas, según Amnistía Internacional.

El expresidente Donald Trump negoció la retirada y Joe Biden la aceleró para frenar su creciente costo económico y en vidas y porque, además, las encuestas indican que sus ciudadanos ya no desean mantener a los suyos al otro lado del planeta. La presencia militar en Afganistán no es popular.

Ya no llegarán al cementerio de Arlington más militares fallecidos en territorio afgano y podrían, desde ese país, recrudecer las amenazas del terrorismo. Se acerca el 11 de septiembre, aniversario del ataque a las Torres Gemelas, entonces los estadounidenses hablarán otra vez con indignación de terrorismo.

Quienes hemos estado en el cementerio de Arlington, percibimos allí veneración al heroísmo y al sacrificio. En ese lugar se rememoran historias de entrega y patriotismo de un país que se asume poderoso. No hay cabida a señalamientos de imperialismo o intervencionismo y nadie se atrevería a recordar las acusaciones de abusos y tortura que pesan sobre numerosos militares estadounidenses.

Con su retirada de Afganistán, Estados Unidos deja un vacío de poder en una parte clave del mundo. La llegada al país asiático se denominó “Operación Libertad Duradera”, eso hace 20 años. Hoy libertad y duradera son palabras vacías. Millones de afganos quedaron a merced del terror y el miedo.

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