Democrats, Not Just Trump, Are Putting Biden in a Tight Spot

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En el pasado ciclo electoral y en el proceso de certificación de la elección de noviembre de 2020, la democracia en Estados Unidos sobrevivió y superó su prueba más difícil en décadas. Aunque Joe Biden obtuvo el mayor número de votos en la historia de su país en términos absolutos, la elección fue más cerrada de lo que pudiera pensarse: el presidente Donald Trump también obtuvo votos récord para su segundo lugar. De hecho, los votos por el candidato Republicano fueron mayores a los de cualquier otra elección, incluidas la de Barack Obama, y sólo menores a los de Biden gracias a una alta e inusual tasa de participación ciudadana. Lo cerrado de la jornada electoral puede apreciarse incluso en los resultados en la Cámara de diputados y en estados y municipios, donde Republicanos no sólo no perdieron, sino que incluso ganaron posiciones.

Al final, el éxito de Biden se debió a que logró que un gran número de ciudadanos salieran a votar (por él o muchos contra Trump) y a que los oficiales Republicanos en gobiernos estatales clave y el vicepresidente Mike Pence no cedieron ante las presiones de Trump y sus secuaces para rechazar el veredicto de las urnas.

El expresidente Trump no ha dejado la escena política desde su derrota, sino que, por el contrario, ha seguido insistiendo que la elección le fue robada, que el asalto al Congreso el 6 de enero no puede caracterizarse como un intento de golpe de Estado (cualquier parecido con 2006 es mera coincidencia) y que estará de regreso en la Casa Blanca en 2024. Más aún, ha logrado mantener al partido Republicano fiel a su causa y ha castigado políticamente a aquellos miembros que no le han sido leales, que ha etiquetado como traidores. Como consecuencia, los Republicanos no han sabido, querido o podido, emanciparse de la férula de Trump, lo que le ha permitido operar para deshacerse de los oficiales que se negaron a modificar el veredicto electoral, así como modificar leyes electorales estatales con el objetivo de reprimir votantes Demócratas potenciales. Es decir, ha estado construyendo un contexto en el que será más difícil perder la elección de 2024.

El intento continuado de subversión de la democracia debiera llevar a una unificación del lado de los Demócratas para enfrentar este reto mayúsculo. Sin embargo, las divisiones dentro de su propio partido pueden llevar a un importante debilitamiento del presidente Biden que, además, no va a presentarse como candidato en 2024 y que no tiene un(a) sucesor(a) claro(a) ante el poco entusiasmo que han generado los primeros meses de Kamala Harris como vicepresidenta.

El presidente Biden siempre ha tratado de colocarse a la mitad del amplio espectro ideológico de los Demócratas y, en su larga carrera como senador, de conseguir apoyo bipartidista para los temas legislativos más importantes. No obstante, en el ambiente polarizado actual resulta imposible e impensable contar con un número de moderados (algo así como blue dogs Republicanos) que pudieren votar en ciertas iniciativas fundamentales para conformar una mayoría con los Demócratas. Esto implica que el presidente necesita a todos o casi todos los congresistas de su propio partido para aprobar cualquier iniciativa y que tiene que utilizar el procedimiento de reconciliación presupuestaria para evitar la mayoría calificada en el Senado de 60 votos. Estos dos elementos, apoyo unánime Demócrata y reconciliación, debilitan significativamente a Biden.

El problema es que, sin un acuerdo con su propio partido, sus dos prioridades legislativas, el paquete de infraestructura física y el de infraestructura social, no verán la luz del día y sin estos éxitos legislativos el presidente se debilitará tres años antes del periodo electoral de 2024 y se sentarán las bases para que los Republicanos recuperen la Cámara de diputados y, potencialmente, el Senado en noviembre de 2022.

Si el prospecto del regreso de Trump y el asalto a la democracia son una posibilidad tan clara si Biden es tan débil, entonces cabe preguntarse qué dinámica dentro del partido demócrata les impide utilizar las mayorías en ambas cámaras y la Casa Blanca para avanzar con éxito una agenda común.

La respuesta reside en la polarización de los partidos políticos en Estados Unidos que no ha hecho sino crecer en los últimos años. Aunque es fácil echarle la culpa de la polarización a la extrema derecha trumpista, lo cierto es que su crecimiento se debe también al extremismo progresista de grupos importantes de Demócratas, que ahora aspiran a implementar su agenda a pesar de no haber ganado la elección de 2018.

Por un lado, es claro que no hubo una ola progresista que implicara un mandato para implementar una agenda radical y, por otro, que Biden ganó la primaria y la elección general ese año gracias a que se presentó como la opción moderada. Ni Elizabeth Warren, ni Bernie Sanders triunfaron en la interna Demócrata, de hecho, Biden les ganó con importante margen a pesar de venir de atrás, ni hubiera ninguno de ellos derrotado a Trump ese noviembre. Si su agenda más radical, en el espectro ideológico de Estados Unidos, hubiera ganado la primaria, Trump hubiese arrasado en la elección general.

Lo que detiene ahora la agenda legislativa del presidente es la aspiración de implementar de manera universal una serie de programas sociales y la renuencia a negociar un nivel de ambición menor. La administración Biden ya ha sufrido importantes reveses que proyectan debilidad (salida de Afganistán mal planeada y peor ejecutada, la crisis de inmigrantes en la frontera sur, el regreso a la política de Trump de permanecer en México). La imposibilidad de mover sus prioridades legislativas a pesar de que su partido tenga mayoría en ambas cámaras sólo refuerza este sentimiento.

En el contexto actual de auge populista en el mundo y creciente respeto en la opinión pública al autoritarismo, el éxito de Biden es importante para su país, pero también para el mundo, incluido México. La disfuncionalidad de Washington es una de las principales razones que explican el éxito antisistémico del populismo; la incapacidad de implementar una agenda sensata sólo lo promoverá más, con consecuencias negativas para todos.

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