Mérida Initiative: A Type of Failure

Published in La Jornada
(Mexico) on 15 September 2011
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Translated from by Arie Braizblot. Edited by Heidi Kaufmann  .
Rejecting that the Mérida Initiative is a failure, the spokesman for the U.S. Department of State, Mark Toner, reported yesterday that the agreement, signed by Felipe Calderon and George W. Bush in the aftermath of the second administration and supported by the government of Barack Obama, should be considered a success in many respects. He also confirmed that the implementation of this security agreement between the Mexican and American governments has strengthened the capabilities of justice agencies in Mexico and improved coordination and cooperation between both countries.

Such statements are a response to remarks made a day earlier by the president of the Subcommittee on the Western Hemisphere in the House of Representatives, the Republican Connie Mack, who called the Mérida Initiative a failure that has not produced the expected results. He stressed that its implementation has until now lacked concrete dates, tangible goals or strategic guides. He also questioned the chronic delays and challenges in the implementation of the Mérida Initiative’s budget and called for a counterinsurgency strategy to combat the drug cartels that operate in Mexico. Such critiques were seconded by Republican Michael McCaul of Texas, who stated that the levels of extreme violence south of the border are consistent with the concept of terrorism.

The least of it is the inconsistency of Republican legislators in questioning an agreement designed and negotiated by their own supporters during the former American administration. While recognizing that identifying drug trafficking with insurgency and terrorism is inappropriate and risky, the critiques of the Mérida Initiative are accurate and indisputable. Judging by the results, the application of this plan has not only failed to reduce the activities of criminal gangs in Mexico, but has been a factor in the sustained deterioration in public safety and rule of law; it has also resulted in a loss of sovereignty and control of the state in the indispensable areas of security, intelligence, law enforcement and territorial control.

Furthermore, it has forced the Mexican government to work with an untrustworthy and hypocritical partner that on one hand arms and equips the authorities and on the other — like with Operation Fast and Furious, coordinated by the Bureau of Alcohol, Tobacco and Firearms — facilitates the arrival of large quantities of arms to drug traffickers.

Nevertheless, these exchanges begin a debate over the sovereignty and security of our country, but one which takes place outside of our national territory and which stars foreign institutions and authorities. Prospects are even bleaker if you consider that the options defended until now by the U.S. government and opposition pose an undesirable dilemma for our country: the continuance of an ineffective agreement like the Mérida agreement that violates Mexican sovereignty, or a worse replacement that begins from a false vision of the crime phenomenon. The latter gives foundation, consequentially, to the criminalization of diverse social movements and expression with the pretext of combating drug cartels and paves the way for deepening the interventionist designs of our American neighbor in the formulation of security policy in Mexico.

Therefore, it is paradoxical and maddening that in the U.S. Congress the discussion of the future of the Mérida Initiative is more prevalent than in our own legislature: The evident failure is the current security strategy and the governments’ stubbornness in modifying. There should at least be a discussion involving the full spectrum of political forces to examine the convenience of a bilateral agreement that has served as a cover for Washington’s meddling in the military, police and intelligence realms, and supposes an unacceptable surrender of national sovereignty on behalf of our government.








Iniciativa Mérida: “Una especie de fracaso”

Al rechazar que la Iniciativa Mérida sea una especie de fracaso, el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Mark Toner,

informó ayer que ese convenio, firmado por Felipe Calderón y George W. Bush en las postrimerías de la administración del segundo, cuenta

con el apoyo del gobierno de Barack Obama, lo calificó como un éxito en muchos aspectos y aseguró que la puesta en marcha del

mencionado acuerdo de seguridad entre los gobiernos de México y Estados Unidos ha reforzado las capacidades de las dependencias de la ley

en México (y) ha proporcionado una mejor coordinación y cooperación entre ambos países.

Tales aseveraciones se producen en respuesta a los señalamientos formulados un día antes por el presidente del Subcomité para el Hemisferio

Occidental de la Cámara de Representantes, el republicano Connie Mack, quien calificó la Iniciativa Mérida como un fracaso que no ha dado los

resultados previstos; destacó que su aplicación ha carecido hasta ahora de fechas concretas, metas tangibles o guías estratégicas; cuestionó

los retrasos crónicos y retos de aplicación del presupuesto destinado a las actividades estipuladas en la Iniciativa Mérida y llamó a reconocer la

necesidad de una estrategia de contrainsurgencia para combatir los cárteles de la droga que operan en México. Tales críticas fueron

secundadas por el también republicano Michael McCaul, de Texas, quien afirmó que los niveles de violencia extrema al sur de la frontera se

ajustan totalmente a la noción de terrorismo.

Lo de menos es la inconsecuencia en que incurren los legisladores republicanos al cuestionar un acuerdo diseñado y negociado por sus

propios correligionarios durante la pasada administración estadunidense: al fin de cuentas, y sin desconocer que la homologación del

narcotráfico con insurgencia y terrorismo es improcedente y riesgosa, las críticas al nulo funcionamiento de la Iniciativa Mérida son acertadas e

incuestionables: a juzgar por los resultados obtenidos, la aplicación de ese plan no sólo no ha servido para reducir las actividades de las

bandas delictivas que operan en México, sino que ha sido uno de los factores del sostenido deterioro de la seguridad pública y del estado de

derecho; ha llevado a una pérdida de soberanía y de control del Estado en aspectos irrenunciables de seguridad, inteligencia, procuración de

justicia y control del territorio, y ha puesto al gobierno mexicano a trabajar con un socio inconfiable e hipócrita que con una mano orienta,

asesora y equipa a las autoridades, y con la otra –la del operativo Rápido y furioso, coordinado por la oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de

Fuego– hace llegar grandes cantidades de armas a los narcotraficantes.

Es grave, por otra parte, que con el citado intercambio declarativo se dé inicio al debate sobre un tema sin duda crucial para la soberanía y la

seguridad de nuestro país, pero que se desarrolla fuera del territorio nacional y que tiene como protagonistas a autoridades e instituciones

extranjeras. La perspectiva es tanto más desoladora si se toma en cuenta que las opciones defendidas hasta ahora por el gobierno y la

oposición estadunidenses plantean una disyuntiva indeseable para nuestro país: la continuidad de un acuerdo ineficaz y violatorio de la

soberanía mexicana, como es la Iniciativa Mérida, o su sustitución por un enfoque aun peor, que parte de una visión falaz de los fenómenos

delictivos; que da fundamento, en consecuencia, a la criminalización de movimientos y expresiones sociales diversas con el pretexto de

combatir a los cárteles de la droga, y que allana el camino para la profundización de los designios injerencistas del vecino país en la

formulación de la política de seguridad en México.

En esa circunstancia, resulta paradójico y exasperante que en el Congreso de Estados Unidos se prefigure un discusión en torno al futuro de la

Iniciativa Mérida y que no ocurra otro tanto en las instancias legislativas de nuestro país: el fracaso evidente de la estrategia de seguridad en

curso y la cerrazón gubernamental para modificarla tendría que involucrar al espectro de fuerzas políticas a discutir por lo menos la

conveniencia de un acuerdo de cooperación que ha servido de cobertura para la intromisión de Washington en lo militar, lo policial y la

inteligencia, y que ha supuesto una claudicación inadmisible a la soberanía nacional por parte del gobierno en turno.


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