We have insisted many times before in this column that although an official stance usually places tourism as a top priority, even spelled out as such in the General Law for Tourism, in practice its effects are discreet and can be more rhetoric than action.
This same thing happens in Mexico as it does elsewhere: Despite the extraordinary contributions tourism makes to the economy and society as a whole, power brokers do not prioritize it as highly as it deserves.
We bring up this topic on the heels of President Trump's budget proposal to Congress last week that effectively shutters the federal agency in charge of promoting the country's tourism, Brand USA, transferring that organization's funds instead to the agency responsible for border protection—U.S. Customs and Border Protection. Paradoxically, the same people with important tourism business ties within the U.S. are those ignoring the importance of tourism.
For many years, as a result of differences between Congress and the Clinton administration, the federal government reduced the attention it paid to tourism, relegating it to a tiny office of 13 people within the Department of Commerce. It is true that the political and economic appeal of a tourist destination seem to be enough to maintain the country's tourism industry; however, international promotion of the U.S. brand is a different story. President Obama understood this and alongside the tourist industry, reestablished this priority by creating Brand USA, financing it through a fee paid in part by international visitors, similar to what is done in Mexico funding the Mexico Tourism Board, with a cap of $100 million. As a complement to this measure and contrary to the policy of the current administration, a wide-ranging program to facilitate access to visas was brought forth. This led to a 30 percent increase in international tourists to the U.S. in 2015 compared to 2010, making it the second most visited country in the world and the first in collecting foreign currency.
Behind the Obama administration's renewed promotion of tourism are contributions to U.S. society that come from said tourism. For example, the industry generated an estimated $2.3 trillion (twice that of Mexico's entire gross domestic product), created 15.3 million jobs (1 in every 9 jobs being tourism-related) and more than $157.8 billion in taxes across the three levels of government. Additionally, it should be noted there are two fundamental aspects of a healthy economy and by extension, of American society as a whole: First, 84 percent of tourist businesses are small and medium-sized enterprises and second, the U.S. travel trade balance surplus—the greatest in the world, by the way—is around $87 billion, which helps offset the long-standing commercial trade deficit (all figures come from the private sector, U.S. Travel Association).
Aside from the long discussion about the budget that will follow, at the end of the day, it will be Congress that decides if Brand USA stays or if the message sent to the U.S. tourism industry is that it is not a priority for the Trump administration. The backdrop to this discussion will be that despite the fact that tourism has thrived in the U.S., international tourism fell by around 2 percent in 2016, due to a stronger dollar.
Con frecuencia hemos insistido en este espacio que a pesar de que el discurso oficial suele referirse al turismo como una actividad prioritaria —la Ley General de Turismo, incluso, le da esa condición—, dicha prioridad se manifiesta discretamente y, a veces, parece ser más parte del terreno discursivo que en el de los hechos.
Y así como esto sucede en México, en otras latitudes ocurre lo mismo; es decir, no obstante las extraordinarias aportaciones que realiza el turismo a la economía y a la sociedad, su tratamiento desde las trincheras de los tomadores de decisión, no corresponde con la condición prioritaria que merece.
Traemos este tema a colación en virtud de que en el presupuesto que el presidente Trump envió la semana pasada al Congreso norteamericano se propone, de facto, la desaparición de la agencia del gobierno federal encargada de la promoción turística del país —Brand USA—, trasladando el presupuesto que le correspondería a la agencia responsable de la protección de las fronteras —U.S. Customs and Border Protection—. No deja de ser una paradoja que quien tuviera importantes intereses en empresas turísticas dentro del territorio norteamericano, ignore la importancia que el turismo tiene en Estados Unidos.
Durante muchos años, producto de las diferencias entre el Congreso y la administración del presidente Clinton, el gobierno federal redujo la atención dada al turismo a una pequeñísima oficina dentro del Departamento de Comercio —actualmente con 13 personas—. Es cierto que la madurez política y económica de los destinos turísticos de aquel país parecieran ser suficientes para la adecuada instrumentación de sus propias tareas en el terreno turístico; sin embargo, la promoción internacional de la marca Estados Unidos es otra cosa y así lo entendió el presidente Obama quien, de la mano de la industria turística, reestableció la prioridad fundando Brand USA, encontrando como fórmula para su financiamiento el pago de una tarifa por parte de los visitantes internacionales —similar al que se tiene en México y que fondea las campañas del Consejo de Promoción Turística de México—, con un tope de 100 millones de dólares. Como complemento a esta medida y a contrapelo de la política de la actual administración, se impulsó un amplio programa de supresión y facilitación en materia de visados; estas acciones permitieron que en 2015 la llegada de turistas internacionales a Estados Unidos creciera en 30%, comparada con los datos de 2010, ubicándose como el segundo país más visitado en el mundo y el primero en captación de divisas.
Atrás del renovado impulso al turismo de la administración Obama están los aportes que realiza el turismo a la sociedad norteamericana, dentro de los que se cuenta la generación de una economía cuyo valor estimado es de 2.3 billones de dólares (el doble del PIB de México), generando 15.3 millones de empleos (1 de cada 9) y un estimado de más de 157.8 miles de millones de dólares en impuestos para los tres niveles de gobierno; adicionalmente, se deben destacar dos aspectos fundamentales para la buena salud de la economía y por ende de la sociedad norteamericana: por un lado, el hecho de que el 84% de los negocios turísticos son Pymes y, por otra parte, el que el superávit en la Balanza Turística de Estados Unidos —el mayor del mundo, por cierto— es de 87 mil millones de dólares lo que supone una ayuda fundamental a la tradicionalmente deficitaria Balanza Comercial norteamericana (todas las cifras son datos del sector privado —U.S. Travel Association—).
Con independencia de que seguirá una larga discusión sobre el presupuesto y será el Congreso el que, a final de cuentas, decida sobre la permanencia de Brand USA, el mensaje enviado a la industria turística de Estados Unidos se repite: el turismo no es una prioridad para la administración Trump. El telón de fondo de esta discusión será el que a pesar de que el turismo vive un buen momento en Estados Unidos, el número de turistas internacionales hacia aquel país cayó en 2016 alrededor de un 2%, producto del fortalecimiento del dólar.
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The economic liberalism that the world took for granted has given way to the White House’s attempt to gain sectarian control over institutions, as well as government intervention into private companies,
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