Last year, a historic milestone of votes against the longest economic war in history was reached; 188 of the 192 members of the U.N. voted against the blockade on Cuba. This year, things will be similar.
How do you explain the fact that the condemnation is already a virtually unanimous decision of the U.N. member states that leaves the blocker isolated?
Simple: There is no bilateral embargo, as Washington cynically states. It is an extraterritorial blockade that severely damages Cuba’s international economic relations through threats and millions of dollars of fines to third parties. It therefore violates the sovereignty of the U.N. member states and of their right to trade freely. It is an extremely serious attack on international law and the United Nations Charter that affects vital interests of their closest allies and even those of U.S. businessmen suffocated by the financial crisis.
But it is equally simple for another reason, from a legal and ethical point of view. The blockade violates international law by being a typically genocidal measure, according to the definition of the Convention on the Prevention and Punishment of the Crime of Genocide, which refers to acts perpetrated with intent to destroy, entirely or partially, a national ethnic, racial or religious group as such.
The blockade is part of a policy of state terror that launched an invasion on the island in 1961 with the support of the Pentagon and the CIA and throughout decades: 681 terrorist actions, which have claimed the lives of 3,047 people and left more than 2,000 handicapped. But in 1962, Washington was already preparing its armed forces to lead a direct invasion on Cuba, frustrated by the missile crisis.
That would be enough to label its policy toward Cuba as genocide, but the genocidal character of the blockade has been expressed in other repeated criminal facts for more than half a century, such as the daily fatalities of Cubans of all ages due to a lack of drugs or oncological, cardiac and, in general, high-tech facilities — like certain types of stents used in pediatric cardiology — which the United States refuses to sell to Cuba, even although it knows it is the only manufacturer. But the blockade is much broader than these scandalously tragic examples. It has inflicted severe damage on millions of people in daily life for more than half a century. The blockade demanded a degree of imagination and a superhuman effort to substitute overnight, with sheer inventiveness, American spare parts and consumable goods of agricultural, industrial and services equipment and, subsequently, a move in record time to other technologies. Cuba has been subjected to an experience that would pose a very high economic and human cost for any country, let alone a poor and underdeveloped one.
It can be categorically stated that the Yankee economic war measures began in Jan. 1959, when Washington gave a hero’s welcome to officials of the Batista dictatorship that were burdened with the island’s national treasure, valued at more than $400 million at that time. With that monumental robbing of Cuba’s people, the great economic power of the counterrevolution began to brew and emigrated to Miami; that very year, the United States deprived Cuba of its sugar quota.
As early as April 6, 1960, a memorandum of the U.S. Department of State expressed the genocidal objective of the blockade with unmatched eloquence: “The only means foreseeable to alienate internal support is through disenchantment and despondency […] must be used soon any means conceivable to weaken Cuba’s economic life […] in order to cause hunger, desperation and to overthrow the government.”
Foreign ships that dock at Cuban ports are forbidden to enter the United States for 180 days; the products of any country that contain more than 10 percent Cuban components cannot be sold on the American market; manufacturers of products that contain more than 10 percent of U.S. components are forbidden from selling them to Cuba. Even U.N. child health care programs are affected on the island, since Washington does not allow their funds to be used to acquire critical medicines and technology made in the U.S.
Obama has the power to dismantle a fair amount of the blockade, but he has done nothing — nor will he, seemingly.
El año pasado se alcanzó una marca histórica de votos contra la guerra económica más larga de la historia. Sufragaron contra el bloqueo a Cuba 188 de los 192 miembros de la ONU. Este año será por el estilo.
¿Cómo explicar que la condena sea ya una decisión virtualmente unánime de los estados miembros de Naciones Unidas que deja aislado al bloqueador?
Es sencillo. No existe un embargo bilateral, como cínicamente afirma Washington. Es un bloqueo de carácter extraterritorial con el cual daña severamente las relaciones económicas internacionales de Cuba mediante amenazas y multas millonarias a terceros. Incurre por ello en una violación de la soberanía de los estados miembros de la ONU y de su derecho a comerciar libremente. Un gravísimo atentado al derecho internacional y a la Carta de Naciones Unidas que afecta vitales intereses de sus aliados más cercanos y hasta de empresarios estadunidenses ahogados por la crisis.
Pero lo es igualmente por otra razón desde el punto de vista legal y ético. El bloqueo viola el derecho internacional por tratarse de una medida típicamente genocida según la definición de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio que se refiere a actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional étnico, racial o religioso, como tal.
El bloqueo forma parte de una política de terror de Estado que lanzó contra la isla una invasión en 1961 con el apoyo del Pentágono y la CIA y a lo largo de décadas 681 acciones terroristas, que han costado la vida a 3 mil 47 personas y discapacidad a más de 2 mil. Pero ya en 1962 Washington preparaba una invasión directa de sus fuerzas armadas a Cuba, frustrada por la crisis de los misiles.
Eso sería suficiente para calificar de genocida su política hacia Cuba, pero el carácter genocida del bloqueo se expresa en otros hechos criminales repetidos durante más de medio siglo como la muerte cotidiana de cubanos de todas las edades por falta de fármacos o dispositivos oncológicos, cardiológicos y, en general, de alta tecnología –como ciertos tipos de stent utilizados en cardiología pediátrica–, que Estados Unidos se niega a vender a la isla pese a saberse el único fabricante. Pero el bloqueo es mucho más abarcador que estos ejemplos escandalosamente trágicos y se extiende a los severos daños que cotidianamente ha infligido a millones de personas en la vida diaria durante más de medio siglo. El bloqueo exigió un grado de imaginación y un esfuerzo sobrehumano para sustituir de un día para otro con pura inventiva las refacciones e insumos estadunidenses del equipamiento agrícola, industrial y de servicios y posteriormente una mudanza en tiempo récord a otras tecnologías, una experiencia con un costo económico y humano muy alto para cualquier país, no se diga uno pobre y subdesarrollado, al que únicamente se ha sometido a Cuba.
Puede afirmarse rotundamente que las medidas yanquis de guerra económica comienzan desde enero de 1959, cuando Washington recibe como héroes a los personeros de la dictadura batistiana que cargaron con el tesoro nacional de la isla, valorado en más de 400 millones de dólares de entonces. Con ese monumental robo al pueblo de Cuba comenzó a forjarse el gran poder económico de la contrarrevolución emigrada a Miami y ese mismo año Estados Unidos privó a Cuba de la cuota azucarera.
Tan temprano como el 6 de abril de 1960 un memorando del Departamento de Estado yanqui expresaba con impar elocuencia el objetivo genocida del bloqueo: “el único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del desencanto y el desaliento (…) debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba (…) a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
A los buques extranjeros que tocan puertos cubanos se les prohíbe ingresar a Estados Unidos durante 180 días; los productos de cualquier país que contengan más de 10 por ciento de componentes cubanos no pueden ser vendidos al mercado estadunidense; los fabricantes de productos que contengan más de 10 por ciento de componentes estadunidenses tienen prohibido venderlos a Cuba
Hasta los programas de salud infantil de la ONU en la isla se ven afectados pues Washington no permite que con sus fondos se adquieran críticos medicamentos y tecnología de fabricación estadunidense.
Obama tiene facultades para desarmar buena parte del bloqueo pero nada ha hecho ni hará al parecer.
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It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.