During President Felipe Calderon Hinojosa's trip to visit President Barack Obama, the first statements given in an interview with The Washington Post turned out to be much more significant than the official announcements. The leader from Michoacán told the newspaper that the bilateral relationship has been severely damaged in the wake of leaked cables from the Department of State by WikiLeaks. He criticized the negative assessments of the military formulated by U.S. Ambassador to Mexico Carlos Pascual — which were recorded in one of the above mentioned documents — and also suggested that he will discuss, in his meeting with Obama, the loss of confidence of his government in the aforementioned diplomat.
Calderon’s condemnation of the source of the official leaks — whose documentary collection was given to this newspaper to be used for its journalistic production and dissemination — is unjust and unfounded. Public knowledge of these cables does not induce a crisis in the bilateral relationship, but instead allows citizens to observe the crisis that already exists and find its causes: the meddling of the United States in Mexico, the alarming weakness of the national authorities and the adulation for Washington’s aims to modulate aspects of institutional life that should be reserved for the exercise of sovereignty: the baton passing from Vicente Fox’s government to Calderon’s, control over the fight against organized crime, the design of the political economy and measures of national security and territorial control. And, according to the information available through reports elaborated on by American diplomats, on these and other issues, the current Mexican administration has permitted and even demanded the intervention of its neighbor country’s authorities. With that it has deepened the asymmetry that characterizes the relationship between the two governments, gravely weakenening national sovereignty, and has launched a war that only benefits American interests — those of the gun industry, the large financial circuits and the governmental agencies, always thirsty for excuses to increase their level of intervention south of the Rio Grande — and in which Mexico has everything to lose: lives, institutional strength, territorial integrity and independence.
With a similar way of operating in the political and diplomatic spheres, it seems inevitable that the bilateral relationship should culminate in a terrible imbalance. It is precisely that disparity that is described in the Mexican portion of the cables that WikiLeaks and La Jornada have been spreading.
A clear example of the level of distortion in the links between both countries is the way in which our own Calderon is trying to resolve the uneasiness of his government with Ambassador Pascual through indirect criticisms and hints of dissatisfaction expressed in the American press. International diplomatic norms establish the right of a host country to demand restraint and, in respect to representative officials in its territory, to request their return to their respective countries without presenting arguments for doing so. Those exercises of sovereignty, exercised in recent times by Latin American nations traditionally reviled by the Calderon administration, like Venezuela and Bolivia, constitute the correct way to confront the irreprehensible intervention of American delegations in the countries of the region. There is hope that the Mexican authorities understand, and now share, the reasons that these and other Latin American governments publicly and loudly voice their complaints against Washington.
México-EU: relación dañada
En la visita que el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, realizó al presidente estadunidense, Barack Obama, las declaraciones del primero en entrevista con The Washington Post resultan mucho más significativas que las palabras protocolarias oficiales. El michoacano dijo al rotativo que la relación bilateral se ha visto severamente dañada a raíz de la difusión de los cables del Departamento de Estado por WikiLeaks, criticó las apreciaciones negativas del Ejército formuladas por el embajador de Washington en México, Carlos Pascual –de las cuales quedó constancia en uno de los documentos referidos–, e incluso sugirió que pondría sobre la mesa, en su encuentro con Obama, la pérdida de confianza de su gobierno en el diplomático mencionado.
La acusación de Calderón contra el portal de filtraciones oficiales –parte de cuyo acervo documental fue entregado a este diario para su elaboración y difusión periodística– es injusta y sin fundamentos: el conocimiento público de los cables referidos no induce una crisis en la relación bilateral, sino permite a la ciudadanía observar la crisis ya existente y ubicar sus factores: el injerencismo inveterado de Estados Unidos en México, la alarmante debilidad de las autoridades nacionales y su obsecuencia para con las pretensiones de Washington de modular aspectos de la vida institucional que debieran reservarse al ejercicio de la soberanía: el relevo en el gobierno de Vicente Fox al propio Calderón, el mando de la lucha contra la criminalidad organizada, el diseño de la política económica y las medidas de seguridad nacional y control territorial. Y, de acuerdo con la información disponible en los despachos elaborados por la legación diplomática estadunidense, en ésos y otros temas la actual administración mexicana ha permitido e incluso demandado la intervención de las autoridades del país vecino. Con ello se ha ahondado la asimetría que caracteriza la relación entre ambos gobiernos, se ha vulnerado gravemente la soberanía nacional, y se ha emprendido una guerra que sólo beneficia los intereses estadunidenses –los de la industria armamentista, los de los grandes circuitos financieros y los de las agencias gubernamentales, siempre ávidas de pretextos para incrementar sus niveles de intervención al sur del río Bravo– y en la que México tiene todo que perder: vidas, fortaleza institucional, integridad territorial e independencia.
Con semejante manera de operar en lo político y en lo diplomático, resultaba inevitable que la relación bilateral desembocara en un desajuste mayúsculo, y es precisamente ese desajuste lo que se describe en la porción mexicana de los cables que WikiLeaks y La Jornada han venido difundiendo.
Un ejemplo claro del grado de distorsión al que han sido llevados los vínculos entre ambos países es la manera en la que el propio Calderón intenta resolver ahora el malestar de su gobierno con el embajador Pascual por medio de críticas elípticas e insinuaciones de desagrado vertidas en la prensa estadunidense. En los usos diplomáticos internacionales se establece el derecho de los países anfitriones a exigir contención y respeto a representantes acreditados en su territorio, y a pedir su retiro a los gobiernos respectivos, incluso sin necesidad de presentar argumentos. Esos ejercicios de soberanía, realizados en tiempos recientes por naciones latinoamericanas tradicionalmente denostadas por la administración calderonista, como Venezuela y Bolivia, constituyen la manera correcta de enfrentar el irrefrenable intervencionismo de las legaciones estadunidenses en los países de la región. Cabría esperar que las autoridades mexicanas comprendieran y compartieran, ahora, las razones de ésos y otros gobiernos latinoamericanos para manifestar en voz alta, y de manera pública, sus quejas contra Washington.
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It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.
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