Under an effective yet undeclared state of emergency caused by the September 11 terrorist attacks, the Bush administration has ordered the systematic demolition of the U.S. constitutional order. Under the pretense of keeping with security principals, Bush has taken on extrajudicial powers through arbitrary presidential decrees and decisions (secrets which have become a normal practice in the state). Bush has instituted illegal espionage operations within, has wrapped itself in pre-emptive wars abroad and has resorted to "legalized" torture--disappearance and abduction of suspected terrorists, while maintaining under arrest indefinite thousands of "non-enemy combatants" who are detained in an archipelago of clandestine prisons, a "floating prison," controlled by the Pentagon and the Central Intelligence Agency (CIA).
From the beginning (in what later became known as part of a pre-established secret plan that took advantage of the September 11 "opportunity" attacks allegedly caused by an "asymmetrical enemy," but always timely Al-Qaeda), the deconstruction of the constitutional order was deployed in a context of war indefinitely, omnipresent, without borders or temporary space. In 2002, introducing a national security strategy at the White House, Bush assimilated the "vulnerability" of the United States to "terrorism" to a "new condition of life." Thus, since the beginning of the twenty-first century "war on terror" was designed to be waged simultaneously in several countries for many years. In 2006, the new version of the strategy of national security reads: "The United States are going through the first years of a long struggle, a situation similar to that faced by our country at the beginning of the Cold War."
In this state of emergency, exceptions turn into the law. In the case of The United States, the war became the foundation on which the nation functioned. Through the years Bush has governed through fear, encouraging nationalism and exploiting racial, ethnic and religious prejudice of his fellow countrymen.The swelling power of Al Qaeda and other threats may seem overwhelming and terrifying if it were not a method of the government to hide the intentions of authoritarian rule and the late imperial and neo-colonial domination. It is a dangerous game that feeds the essentialist hatred towards those who are considered the Other, the enemy, the barbaric. In the case of the Middle East, the "clash of civilizations" prophecy of propagandist Samuel Huntington has been gradually becoming true.
For various reasons-including the existence of oil, natural gas, water and biodiversity, and the emergence in the juncture of a peaceful civil resistance, is still searching for alternatives to the current system of domination by various legal channels, or anti-systematic- one of the privileged locations of Bush's perpetual war in Latin America is Mexico. Here, as in Colombia, the pattern of U.S. intervention took the form of a war on narcatic associated terrorism by including de facto Mexico in the "security perimeter" of the United States via the Alliance for Security and Prosperity of North America (ASPAN) and Merida Initiative, analogous to the "Colombian Plan".
In the division of the role, the representation with propagandist means corresponds to Felipe Calderon with his convenient and his irritated "Enough's!" Similar to the bellicose confrontations of mentor Bush, Calderon's "war" against "organized crime" is wrapped in blackmail. And as a result Bush wants to "Colombianize" Mexico. As part of a system that protects corruption,(impunity of criminals chains embedded in state institutions, banks and large companies), the recipe is more narcotics related; tough and torturous, dirty games, disappearances, and arrests emerge, as well as mercenaries, criminalization of social protest, militarization of society. The U.S. goal is to plunge the country into chaos and destabilization in order to penetrate the security of the nation further diluting national sovereignty and accentuate the dependency.
In this scheme of domination, leading to the formation of a new kind of banana republic in Mexico, narcotics related violence--with its failed car bomb attacks, their mini submarines, psychotropic occasion and their colourful Iranian connections--can take the form of "asymmetric enemy" and "deterritorialization," just the thing to place the country in the context of an endless war resulting in a permanent state of emergency. To do this, as in Colombia, Washington and their local accomplices are deploying a far-reaching psychological war and resorting to terrorism media. That is, the destabilizing propaganda of the radio and television stations under monopolistic control, legally part of the regime and functional at the time of providing facts and consensus. There we go. Only that, as in the case of the "clash of civilizations," commander in chief Calderon could also see his prophecy become a reality.
Las guerras de Bush y Calderón
Bajo la apariencia de un estado de excepción no declarado, pero efectivo, desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 la administración de George W. Bush ha procedido a la demolición sistemática del orden constitucional estadunidense. En nombre de los imperativos de seguridad, arrogándose poderes extrajudiciales, mediante decretos secretos y decisiones presidenciales arbitrarias devenidas en prácticas normales del Estado, el jefe de la Casa Blanca ha instituido operaciones ilegales de espionaje interior y, envuelto en guerras preventivas en el exterior, ha recurrido a la tortura “legalizada” y al secuestro-desaparición de presuntos terroristas, manteniendo bajo arresto indefinido a millares de “enemigos no combatientes” que están recluidos en un archipiélago de cárceles clandestinas y “prisiones flotantes” bajo control del Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Desde un comienzo, en lo que después se supo que formaba parte de un plan secreto prestablecido –que aprovechó su “oportunidad” tras los atentados del 11/S, presuntamente provocados por un “enemigo asimétrico” y “desterritorializado”, pero siempre oportuno, Al Qaeda–, la deconstrucción del orden constitucional se desplegó en un contexto de guerra indefinida, omnipresente, sin fronteras espaciales ni temporales. En 2002, al presentar la estrategia de seguridad nacional en la Casa Blanca, Bush asimiló la “vulnerabilidad” de Estados Unidos ante el “terrorismo” a una “nueva condición de vida”. Así, desde comienzos del siglo XXI la “guerra contra el terrorismo” fue concebida para ser librada de manera simultánea en varios países por muchos años. En 2006, la nueva versión de la estrategia de seguridad nacional planteaba: “Estados Unidos vive los primeros años de una larga lucha, una situación parecida a la que enfrentó nuestro país al principio de la guerra fría”.
En un estado de emergencia permanente, la excepción se convierte en regla. En el caso de Estados Unidos, la guerra se convirtió en el fundamento ontológico del Estado. Todos estos años Bush ha gobernado mediante el miedo, estimulando el nacionalismo y explotando los prejuicios raciales y étnico-religiosos de sus connacionales. El inflamiento del poder de Al Qaeda y otras amenazas terroríficas podrían parecer caricaturescos si no se tratara de un método de gobierno que sirve para ocultar las intenciones autoritarias del Estado y los fines de dominio imperial y neocolonial. Es un juego peligroso que alimenta los odios esencialistas de quienes son considerados el Otro, el enemigo, el bárbaro. En el caso de Medio Oriente, el “choque de civilizaciones” del propagandista Samuel Huntington se ha ido convirtiendo poco a poco en una profecía autocumplida.
Por distintas consideraciones –entre ellas la existencia de petróleo, gas natural, agua y biodiversidad, y la emergencia en la coyuntura de una resistencia civil pacífica que, aunque atomizada, está en la búsqueda de alternativas al actual sistema de dominación por distintos canales legales, parlamentarios o antisistémicos–, uno de los escenarios privilegiados de la guerra perpetua de Bush en América Latina es México. Aquí, igual que en Colombia, la modalidad de la intervención estadunidense adoptó la forma de guerra al narcoterrorismo, mediante la inclusión de facto de México en el “perímetro de seguridad” de Estados Unidos, vía la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y la Iniciativa Mérida, símil del Plan Colombia.
En el reparto del papel, la representación nativa con fines propagandísticos y autolegitimadores corresponde a Felipe Calderón, con sus dramatizaciones convenencieras, sus ínfulas de artillero letal (“Vamos goleando al narco”, Calderón dixit), sus purgas y sus irritados “Ya basta”. Igual que las confrontaciones bélicas de su tutor Bush, la “guerra” de Calderón contra el “crimen organizado” y la “impunidad” está envuelta en chantajes, despropósitos de tintes goebbelianos y afanes de control hegemónico. Pero no hay que confundirse: el modelo de Bush para México es el de la “colombianización” del país. En el marco de un sistema que protege la corrupción-impunidad de las cadenas criminales incrustadas en las instituciones del Estado, la banca y las grandes empresas, la receta es más narcoparapolítica, mano dura, tortura, detenciones-desapariciones, guerra sucia, mercenarismo, criminalización de la protesta social, militarización de la sociedad. El objetivo de Estados Unidos es sumir al país en el caos y la desestabilización para poder penetrar los organismos de seguridad del Estado, diluir aún más la soberanía nacional y acentuar la dependencia.
En ese esquema de dominación, tendiente a la conformación de una república bananera de nuevo tipo en México, la narcoviolencia –con sus carros bombas fallidos, sus minisubmarinos sicotrópicos de ocasión y sus pintorescas conexiones iraníes–, puede asumir la forma del “enemigo asimétrico” y “desterritorializado”, necesario para colocar al país en el contexto de una guerra infinita que derive en un estado de excepción permanente. Para ello, como en Colombia, Washington y sus cómplices locales vienen desplegando una guerra sicológica de largo alcance y recurren al terrorismo mediático. Es decir, a la propaganda desestabilizadora de las cadenas de radio y televisión bajo control monopólico, legitimadoras del régimen, y funcionales a la hora de manufacturar hechos y consensos. Para allá vamos. Sólo que, como en el caso del “choque de civilizaciones” huntingtoniano, el comandante en jefe Calderón también podría ver su profecía autocumplida.
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These costly U.S. attacks failed to achieve their goals, but were conducted in order to inflict a blow against Yemen, for daring to challenge the Israelis.