The Dollar as a Source of Power

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El dólar es la moneda oficial de varios países, pero el estadounidense es la de mayor circulación del mundo y su historia está ligada al pragmatismo político y comercial construido por los norteamericanos desde sus mismos orígenes.

En 1751, Benjamin Franklin viaja a Londres a solicitar permiso para emitir papel moneda propio en lugar de la utilización de la libra esterlina, pedido que le fue negado. En contra de la voluntad del parlamento inglés, se le dio nacimiento al billete llamado ‘Continental’, con cuya emisión indiscriminada se financió la Revolución de Independencia.

George Washington, mediante decreto del 4 de abril de 1792 adopta como nueva moneda el ‘Daller’ mexicano, que en la fonética inglesa se convierte en ‘Dollar’. Ese dólar naciente tenía su respaldo en plata hasta el primero de marzo de 1900, cuando el presidente William McKinley declara su respaldo y cotización en oro. Como el desarrollo industrial y comercial y la acumulación de riqueza de los Estados Unidos se adelantaban con mayor rapidez que en otras naciones, construyeron una confianza internacional en su dólar/oro y establecieron una tasa de cambio de una onza de oro por cada 35 dólares.

Al terminar la segunda guerra mundial, todas las economías importantes quedaron afectadas, con excepción de la de EE. UU., que se benefició con la venta de armas, insumos de guerra, alimentos y préstamos de dinero. Pero, antes de ello, creó unas condiciones de postguerra en 1941, en la Carta del Atlántico, firmada por el presidente Franklin D. Roosevelt y el primer ministro británico, Winston Churchill.

Desde su nueva posición dominante, los EE.UU. pusieron a funcionar la incipiente teoría de comprar y vender libremente en todos los mercados de las naciones del mundo con base en su moneda legal: el dólar. A partir del gran acuerdo internacional de Bretton Woods (por el lugar donde se realizó) entre 44 naciones, en 1944, que dio nacimiento al Banco Mundial (BM) y al Fondo Monetario Internacional (FMI), Londres fue desplazado por Nueva York como eje financiero internacional.

El 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon, con fundamento en una supuesta escasez de oro para soportar la tasa de cambio establecida, le presenta al mundo un revolucionario cambio monetario: pasa del dólar/oro al dólar/papel, hecho seguido por las demás naciones miembros del BM y el FMI, con una gran dificultad incorporada: el diferencial económico de las naciones con menos poder cambiario. Ello dio nacimiento inmediato a la terrible figura económica de la inflación, preocupación principal de todos los bancos centrales del mundo.

Con la aparición de la inflación, el dólar, en su calidad de dinero transable, pierde automáticamente su natural condición neutra y establece un ganador y un perdedor en el mercado de capitales, porque los EE. UU. tienen la posibilidad de devaluar el dólar a su conveniencia, ya que este es respaldado solo por la capacidad productiva, el consumo, la tecnología y la creación de riqueza de su gran economía.

La práctica de hacer emigrar sus pérdidas económicas y productivas hace del poder de este país su principal arma, no su capacidad bélica. Los Estados Unidos nunca consideraron en su real dimensión los cambios introducidos en las economías internacionales, como las de China y la India, con su gran demanda de bienes y servicios, que, aunada a la pretensión de seguir sosteniendo el sueño americano, se embarcaron en una desvalorización constante del dólar como vehículo único y directo para mantener una demanda de bienes y servicios, pero sin sostén económico.

Esa teoría fue introducida por Alan Greenspan, que dirigió los destinos monetarios de los EE. UU. desde 1988 hasta el 2006 controlando la tasa de interés hacia la baja, para no producir efectos inflacionarios. Esa defectuosa demanda creada y sostenida con baja tasa y emisión indiscriminada de billetes produjo, contrariamente, una alta inflación y desde luego la burbuja inmobiliaria que explotó el año pasado año en los EE. UU.

La irresponsable demanda de bienes y servicios con base en el crédito con baja tasa creó un ambiente favorable en la última década. Por ello se escuchó decir a los economistas que “se registraba la mayor liquidez de la historia”. La historia económica real se desarrollaba en forma diferente: todo ese dólar/papel y los bonos de Estado eran comprados por la China y algunas economías emergentes, que a su vez apalancaban su desarrollo con base en ellos, o sea, estableciendo una cadena de créditos sostenidos por la voluntad de los deudores menores, no del gran deudor: los Estados Unidos. Qué delicioso repartir entre el mundo los fracasos económicos propios con toda su carga tóxica.

Como el crédito es una entidad real en la economía, su condición de incobrable produce daño a la misma, porque no solo lastima al deudor insolvente, sino también al comprador/inversionista. La excusa es la capacidad estructural de los EE.UU., válida también -a pesar de la crisis, su economía creció 1,3% en el 2008-. No se puede desconocer la capacidad de la gran industria, la tecnología, el consumo, la calidad, la competitividad y la creatividad de esa gran nación.

El nacimiento del euro como moneda oficial de la Unión Europea en 1999 también influye en el valor del dólar, porque se presenta una gran emigración hacia la naciente moneda, que tenía como atractivo económico pagar el doble de los intereses que pagaba el dólar (el 2 por ciento). Esa emigración lastima el volumen de masa monetaria norteamericana y genera una inflación, que es controlada con un gran gasto estatal e incremento de su déficit fiscal galopante. Por último, los Estados Unidos, en cumplimiento del programa de guerra preventiva, inician las guerras de Afganistán e Irak que, por lo expuesto, van por cuenta del resto del mundo.

Pero ante los grandes problemas económicos que genera esa gran moneda/papel creo pertinente que se debe reaccionar. Una segura y sabia decisión sería regresar al peso/oro para que la revaluación o devaluación con respecto al dólar dependa de la variación del precio en el mercado internacional de este importante metal, que históricamente se comporta hacia arriba, dado que, como el petróleo, su explotación es finita.

La China ha acumulado hasta la fecha 600 toneladas de oro, que es la mayor reserva del mundo, lo que asegura su futuro económico.

El último hallazgo en nuestro país es la mina La Colosa con una estimación de 12,9 millones de onzas, que, sumadas a la actual explotación, asegurarían una revaluación de entre 0,3 y 0,5 por ciento anual con respecto al dólar, lo que traería grandes beneficios para el desarrollo de nuestro país y una gran capacidad de autodeterminación financiera, industrial y tecnológica, sin base en una moneda de soporte extranjera, dólar/papel.

La variación del dólar y el oro son opuestas. Nuestro país solo tiene 6,84 millones de toneladas de oro en las reservas internacionales, nada comparable por lo menos con Argentina o Venezuela, que tienen 54,8 y 357 toneladas, respectivamente.

El dólar socializa internacionalmente las pérdidas económicas de los EE. UU. y ello constituye su principal fuente de poder.

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