Durante los últimos meses, he percibido un notable descenso del apoyo -dentro y fuera de los Estados Unidos- a la presidencia de Barack Obama. Las memorias son cortas. Se olvida que Obama heredó más problemas de cuantos creó. En política exterior, la Administración Bush-Cheney sentó principios totalmente opuestos al derecho de gentes: la guerra preventiva y el unilateralismo. Esta política negó de raíz la propuesta internacionalista de los presidentes Roosevelt y Truman y abrió la puerta a conflictos negatorios de los tratados internacionales, en los que privaría, como lo advirtió en su momento Dominique de Villepin, entonces ministro de Exteriores de Francia, “el principio de inestabilidad y de incertidumbre permanentes” en el trato entre naciones.
Y en política interna, la Administración Bush-Cheney, lejos de ceñirse a los criterios de solvencia presupuestaria del Partido Republicano, multiplicó el déficit federal por una suma idéntica -casi 500.000 millones de dólares- en la que Clinton la había reducido, añadiendo al error -aumentar la deuda- la reducción de impuestos. Estas políticas nefastas -deuda máxima con impuestos mínimos- condujeron, como lo previó Felix Rohatyn, a la recesión, el descenso de la inversión pública y la imposibilidad de atender las políticas sociales.
Los efectos negativos se hicieron sentir en el último año de la presidencia de Bush. Obama los heredó y ofreció remedios necesarios pero inusuales en un país acostumbrado a arrumbar los problemas gracias a una dinámica que los superaba, aunque no los resolvía. La decisión de Obama consistió en enfrentar la agenda pospuesta de los Estados Unidos y en afrontar los obstáculos: hubris nacional, intereses de grupos especiales (las compañías de seguros médicos, por ejemplo) ideologías partidistas estancadas y choque entre la razón de Estado y la representación local.
Obama inició una reforma de la política exterior renunciando al ataque preventivo a favor del diálogo con los adversarios. En caso de que el diálogo no funcionara, quedaban opciones más fuertes. En Oriente Próximo, Obama ha dejado al descubierto dos faltas. La del Gobierno israelí de Netanyahu, decidido a extender los posicionamientos del Estado judío en territorios que serían, en caso de un acuerdo, parte del Estado Palestino. Y la del propio Estado Palestino, dividido e incapaz de negociar su propio futuro con unidad política. En Irán, Obama ha ofrecido negociaciones que, con inmensa mala fe, el Gobierno de Teherán ha saboteado, en tanto que la sociedad civil iraní se manifiesta a partir de una nueva realidad: oponerse al autoritarismo de losayatolás y de Ahmadinejad no es oponerse a Irán. Todo lo contrario. En Irak, Obama ha iniciado un retiro de fuerzas que contaminaban la atmósfera política y ha dejado a los iraquíes resolver sus asuntos por cuenta propia. Y en Afganistán, Obama ha desplegado elementos militares con el propósito de impedir vacíos de poder a medida que los poderes locales -el verdadero poder en Afganistán- obligan al Gobierno de Karzai a desprenderse de ilusiones fomentadas por el anterior Gobierno de Washington y a los rebeldes del Talibán a entenderse con las fuerzas reales, desprendiéndose de alianzas con Al Qaeda (peligrosa apuesta), y expulsándolos de la política local a medida que ésta ocupa los espacios -conflictivos, pulverizados- de la sociedad afgana.
Me limito a estos casos llamativos. Podríamos hablar de Europa, de Rusia, de la América Latina: merecen opiniones aparte y más extensas.
Ahora, quisiera limitarme a las reformas internas de la Administración Obama: reforma fiscal, reforma migratoria, reforma hipotecaria y, sobre todo, la reforma sanitaria que el domingo 21 aprobó la Cámara de Representantes por 219 votos contra 212.
Hay que recordar que el presidente Clinton no tuvo éxito en su empeño de reforma. Pero el republicano Nixon, tampoco. Hay que remontarse a la presidencia de Johnson para encontrar una aprobación legislativa en materia de salud nacional: el Medicare para jubilados. Y con anterioridad, Harry Truman no pudo vencer a los grupos de presión y a la asociación de médicos para pasar una ley de acceso generalizado a la salud.
De modo que el triunfo de Obama es el de más de un siglo de intentos fracasados a causa de los intereses creados de la profesión médica y de las compañías de seguros, además de la lasitud general que acompaña a los factores políticos en ausencia de un liderazgo como el que, con suprema inteligencia, ha ejercido Barack Obama.
Veamos: Obama planteó la necesidad de una reforma sanitaria que cubriese a los 46 millones de ciudadanos que no están asegurados por pago individual de seguros (15 millones), Medicaid para quienes carecen de seguros (37 millones) o Medicare para jubilados (42 millones). O sea: la propuesta de Obama, sin afectar lo ya adquirido, universaliza la posibilidad de ayuda médica para los ciudadanos sin seguro (46 millones). Y más: los salva de las prácticas salvajes de las aseguradoras que le niegan ayuda a ciudadanos afectados por enfermedades previas. La nueva ley favorece a ciudadanos de bajos ingresos y a hijos adultos de padres de familia asegurados. La seguridad privada ya no podrá privilegiar a los jóvenes y marginar a los ancianos.
Además, Estados Unidos no hace sino unirse a las normas prevalecientes en el mundo occidental. Era una excentricidad peligrosa ser la excepción a la regla británica, francesa, alemana o española.
Hay que admirar los pasos, grandes y pequeños, que Obama fue dando para llegar al resultado deseado. Apelación al apoyo bipartidista. Negociación cara a cara con el liderazgo republicano en Blair House. Pérdida de la mayoría demócrata en el Senado al ser elegido un republicado a la curul de Edward Kennedy. Abandono de la votación por mayoría de 60 votos a favor de la táctica de “reconciliación” que puede aprobar una ley por 51 votos. Moción republicana para aplazar (una vez más) la votación a favor de un reinicio del proceso en el lejano futuro. Concesión de Obama: retirar la “opción pública” (la administración del Estado) a favor de la exigencia legal de contar con protección médica y extenderla nacionalmente, más allá de las divisiones federales.
Aun así, los legisladores republicanos siguieron oponiéndose a la ley, obligando a Obama a hacer campaña y al cabo, a conceder la excepción ejecutiva al aborto, a fin de tener, por fin, una reforma sanitaria que, con todo y concesiones, fue opuesta por los republicanos y, con todo y excepciones, es hoy, por primera vez, The law of the land, la ley de la nación.
Esto se llama hacer política. Buen ejemplo.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.