Existen numerosas pruebas que permiten demostrar que, a la hora de atacar, los intolerantes de ambos bandos estarían encantados de utilizar casi cualquier mentira. Hay que tomar medidas contra los malentendidos
La agitación y la violencia recientes por la difusión de una película que ridiculiza al profeta Mahoma ha vuelto a agravar los malentendidos y las malas interpretaciones entre Occidente y el mundo islámico. Los grandes medios de comunicación acentúan esta mutua ignorancia e intolerancia al hacer hincapié en el falso relato del islam contra Occidente. Hasta tal punto que, para muchos de nosotros, se ha vuelto habitual pensar que la única relación posible entre el mundo islámico y Occidente consiste en un ciclo de conflictos políticos y culturales.
Es indudable que, durante siglos, los extremistas de ambas partes han cultivado este juego de agrupar y reducir a estereotipos a musulmanes y occidentales respectivamente, pero cualquier persona abierta que estudie el islam y Occidente comprende que la mayor fuente de equívocos no es religiosa ni cultural sino política. Las fricciones engendradas por la política exterior estadounidense en Oriente Próximo, los asuntos relacionados con la geopolítica del Golfo Pérsico, el conflicto israelo-palestino y la política de proselitismo islámico en Asia occidental invaden el terreno cultural y producen una polarización de las identidades en la que el valor esencial y las creencias del “otro” se consideran problemáticos y amenazadores. Como consecuencia, en la conflictiva relación entre algunos occidentales y algunos musulmanes, existe una convicción cada vez más extendida sobre la inutilidad y la ausencia de diálogo entre Occidente y el islam.
¿Pero cómo es posible que la generalización de la conocida tesis del “choque de civilizaciones” explique mejor las razones de ese enfrentamiento a los responsables políticos y la opinión pública sin repetir de manera incondicional los estereotipos provocadores y sensacionalistas popularizados por los propulsores de la “guerra contra el terrorismo islámico” y el lema “abajo los occidentales blasfemos”?
Existen numerosas pruebas que permiten demostrar que, a la hora de atacar el islam o a Occidente, los intolerantes de ambos bandos estarían encantados de utilizar casi cualquier mentira. Los occidentales que no conocen el islam no tienen ningún deseo de comprender ni tolerar a los musulmanes porque se imaginan el islam como una religión de violencia que acabará por destruir y devorar Europa. De lo que tal vez no son conscientes esos occidentales es de que la civilización islámica tuvo una influencia decisiva e irresistible en la cultura europea. La Divina Comedia de Dante contenía referencias al profeta Mahoma, Avicena y Averroes. Había libros como el Corán en las bibliotecas reales, por ejemplo la Bibliothèque Royale de Fontainebleau, y se pensaba que los manuscritos persas y árabes eran la clave para interpretar el conocimiento antiguo. La experiencia del islam en Andalucía constituye una culminación de las civilizaciones europea e islámica y un punto de referencia en el que se hicieron realidad muchos de los principios del diálogo interconfesional e intercultural, en un proceso de mutua comprensión que partía de un proceso de escucharse recíprocamente.
Hoy, sin embargo, tanto el islam como Occidente padecen un grave caso de intolerancia. En Occidente, muchos estereotipos y muchas informaciones falsas que contribuyen a la islamofobia tienen sus raíces en un miedo al islam que presenta esa religión como un bloque monolítico, estático, salvaje, irracional, amenazador y resistente al cambio. El miedo al islam se ha convertido en un fenómeno social en Occidente, y el 11-S convirtió la imagen del musulmán invasor en la del musulmán terrorista.
El miedo moderno al islam no es solo resultado de un anti-islamismo cristiano, sino de una relación laica con el islam y los musulmanes. La islamofobia, en el mundo contemporáneo, deriva de una visión culturalista y esencialista del islam que lo considera no como una forma de espiritualidad sino como una cultura totalizadora que representa una amenaza contra la cultura universalista de Occidente. La islamofobia es más fuerte en las culturas occidentales con una firme convicción de que tenemos la misión republicana, laica y universalista de excluir o asimilar todas las prácticas religiosas anticuadas. Por eso, los intentos de prohibir el hiyab y el niqab no son solo muestras de discriminación sino que alimentan el sentimiento antimusulmán que se extiende en determinados círculos de Europa y Norteamérica.
Pero esa falsa representación del islam va paralela a una falsa representación de Occidente. Es decir, la “islamofobia”, o miedo a la marea islámica, tiene el contrapeso de una “occidentofobia” permanente entre los musulmanes radicales. Desde que la globalización se convirtió en sinónimo de occidentalización, muchos musulmanes radicales sienten inquietud ante la cultura occidental.
Aunque las versiones apocalípticas, violentas y del otro mundo, que glorifican la muerte y viven solo en nombre de una utopía islámica, no representan más que a unas minorías diminutas entre los musulmanes de todo el mundo, la opinión pública mundial parece considerar sus actitudes hostiles en unos cuantos países musulmanes como lo más representativo del discurso islámico general, y eso crea un clima que lleva a la ausencia de diálogo y la violencia extrema.
Es prematuro suponer que el islam pluralista se ha quedado sin fuerzas. Pero un islam pluralista que esté perpetuamente marginado no sirve de nada para nadie. ¿Cómo pueden distinguir las sociedades occidentales entre los musulmanes pluralistas que buscan sitio para sus creencias y tradiciones en un marco democrático y de diálogo y los seguidores de una corriente empeñada en la destrucción de ese marco?
Tal vez un buen punto de partida es reconocer que muchos musulmanes de todo el mundo han alzado su voz contra la violencia y a favor de soluciones espirituales y no violentas, el diálogo y la paz, pero comprender que con sus palabras no han logrado frenar el aluvión. Son voces que es necesario oír, amplificar y difundir en Occidente y en el mundo musulmán. Y también es preciso enseñar más sobre los musulmanes y sus culturas en las escuelas europeas, para acabar con la idea de que son un pueblo exótico y extraño. Además, tiene que haber más musulmanes pluralistas y no violentos visibles en la vida pública y los medios de comunicación de Occidente, con el fin de encontrar una tercera vía para resolver los choques entre las interpretaciones occidentales de la libertad personal y las interpretaciones islamistas de los derechos y deberes de los musulmanes.
Quizá ha llegado la hora de que las sociedades occidentales comprendan que lo que más interesa a todo el mundo es no solo encontrar el equilibrio entre las expresiones de la identidad musulmana y la idea laica y republicana de Occidente, sino tomar medidas concretas para eliminar los malentendidos y las interpretaciones erróneas que han contribuido a dar una imagen negativa de los musulmanes como gente violenta, hostil y culturalmente inepta para la democracia. Y asimismo, e igual de importante, mientras existan Gobiernos musulmanes deseosos de fomentar la ira contra Occidente por incidentes como una película que se burla del profeta Mahoma, las caricaturas en Dinamarca, unos soldados estadounidenses que profanan ejemplares del Corán y un pastor evangélico norteamericano que amenaza con quemar el libro sagrado, serán muchos los que en todo el mundo, incluidos musulmanes, sigan creyendo que la autocracia es un rasgo intrínseco del futuro político de las sociedades musulmanas.
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