BARACK Obama parece decidido a pisar fuerte, al menos al principio de su segundo mandato presidencial que comienza el lunes, día 21. Así lo refleja la elección de su equipo, basada en la proximidad a su persona y la veteranía. Un grupo de políticos que no es un abanico de concesiones a los sectores más influyentes, como en su primer mandato, sino, todo lo contrario, un conjunto de personas capaces de hacer frente a los dos retos que tiene por delante el presidente: la cuestión presupuestaria y la lucha contra el terrorismo internacional.
El segundo mandato de un presidente de EE.UU. tiene siempre el perfume de la herencia histórica que quiere legar al futuro, lo que no significa que lo logre siempre. Para ello Obama se ha rodeado, con el permiso del Senado, de pesos pesados de la política norteamericana, de personas que llevan consigo una considerable y polémica mochila. El primero ha sido John Kerry -el que fuera candidato demócrata contra Bush en el 2004-, nominado por el presidente para la Secretaría de Estado tras fracasar en su intento de llevar al cargo a Susan Rice, la embajadora ante la ONU.
Si la designación de Kerry fue una concesión a los republicanos por su resistencia a aceptar a Rice, en cambio, los tres siguientes nombramientos suponen la voluntad de imponer su autoridad. Para Defensa ha situado al exsenador republicano Chuk Hagel, un político que irrita sobremanera a sus propias filas tanto por haberse opuesto en su día a la guerra de Iraq como por mantener posiciones apaciguadoras con respecto a Irán; también por ser partidario de suavizar el bloqueo a Cuba y hacer ambiguas declaraciones con respecto al lobby israelí y al apoyo de Washington a Netanyahu. Su actitud multilateralista le ha convertido en uno de los asesores de Obama más odiados por sus propios correligionarios. Para añadir más leña al fuego, Obama ha designado a su consejero de seguridad y de espionaje, John Brennan, para dirigir la CIA. El hombre que supervisó la persecución y muerte de Bin Laden es un demócrata cuyos métodos despiertan muchos prejuicios entre los suyos. Partidario de la utilización de drones -vehículos aéreos no tripulados- en Afganistán y Pakistán, que han causado miles de muertes de civiles, respaldó también las políticas antiterroristas de Bush tras el 11-S. De ahí su impopularidad.
Pero el nombramiento que más ha irritado a la oposición republicana es el de su jefe de gabinete, Jack Lew, como secretario del Tesoro. Lew ya había sido el responsable de la Oficina del Presupuesto con Clinton, entonces en tiempos de superávit. Su nominación para llevar las políticas presupuestarias es todo un reto. Considerado por los republicanos como un paladín de la subida de impuestos a los ricos y del mantenimiento de las ayudas para ancianos y pobres, Lew es un veterano en las lides de negociar precipicios fiscales y suavizar déficits, lo que presagia una enconada guerra de cifras entre demócratas y republicanos.
Este es el equipo con el que Barack Obama prepara su segundo mandato. Políticos con una larga trayectoria, polémicos para ambos bandos, pero que sugieren la voluntad presidencial de cuatro años para avanzar en la línea de la igualdad apuntada en la primera legislatura, de rematar la lucha contra el terrorismo y, finalmente, de presionar a Israel para sentar las bases de una paz duradera. Retos tan ambiciosos como difíciles cuyo primer escollo serán las votaciones en el Senado.
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