Only a fool would deny that there has been progress in terms of race relations in the United States; however, only a senseless person would argue that there is no longer discrimination against minorities or unequal treatment because of the color of their skin. From the Civil Rights Act of 1964 and the Voting Rights Act of 1965 proclaimed by a white president, Lyndon Baines Johnson, to the election of Barack Obama, the first black president in the history of the United States, the progress is as evident as it is insufficient.
Today, the debate revolves around the case of Ferguson (Missouri), in which Michael Brown, an unarmed black teen, was murdered by Darren Wilson, a white police officer who was exonerated by a grand jury, and its main issues are racial discrimination and police brutality.
For the communities of color in the United States, those are two issues that have been joined together for a long time. In August, Armand Bennet, a 26-year-old young man who was driving around an elegant neighborhood in New Orleans, was murdered by the police; in Tulsa, 19-year-old Jeremy Lake was murdered by a policeman while he was walking down the street with the police officer’s daughter. In November, a 12-year-old black child was murdered by a police officer in a park in Cleveland while he was playing with his toy gun. None of the victims was armed; none of them would have been murdered if they had been white.
The disproportionate number of black and Latino youth murdered by various police officers attests to the existence of a serious problem that is not always recognized by different racial groups in the country. Between 2000 and 2014, 27 percent of people killed by law enforcement agents in the county of Los Angeles were black, while a little more than 50 percent were Latino. Black people only constitute 10 percent of the residents of the county.
Part of the problem, wrote Professor Michael Eric Dyson of Georgetown University, is that Americans have very different perceptions about race relations in the country, so different that there is not a common starting point to begin to try to resolve the racial conflicts that affect them. A survey from the Huffington Post shows that 64 percent of African-Americans believe that the officer that killed the young black man in Ferguson should have been punished, while only 22 percent of white people share this opinion.
The same professor, Dyson, recently starred in a national television debate with the ex-mayor of New York, Rudolph Giuliani, that clearly shows this dichotomy.
To Giuliani, the real victimizers of African-Americans are black people: “93 percent of blacks in America are killed by other blacks,” he said. The figures are correct, but what Giuliani did not say and Dyson did not remind him is that 84 percent of murdered white people are victimized by white people. In other words, the main victimizers of a racial community are of the same race in all cases.
However, that is not what Giuliani or those who think like him wanted to say. What he meant to say is that people of color are a problem in their community and for white people. Not that the economic and educational gap between black and white people is growing every day, because not everyone receives the same opportunities. Not that police brutality against minorities is an irrefutable fact. Not that in the vast majority of cases, police officers who kill unarmed people do not receive punishment.
The events of Ferguson must lead the country to a deep reflection that shows that, despite all efforts made, racism continues to highlight the vulnerability of its principles and values.
Solo un necio negaría que en Estados Unidos ha habido progresos en términos de relaciones raciales, pero solo un insensato sostendría que ya no hay discriminación contra las minorías ni trato desigual por el color de su piel. De la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la de Derecho al Voto de 1965 proclamadas por un presidente blanco, Lyndon Baines Johnson, a la elección de Barack Obama, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos, el avance es tan evidente como insuficiente.
Hoy, el debate gira en torno al caso de Ferguson (Missouri), en el que Michael Brown, un adolescente negro desarmado, fue asesinado por Darren Wilson, un policía blanco que fue exonerado por un gran jurado, y sus temas principales son la discriminación racial y la brutalidad policiaca.
Para las comunidades de color en Estados Unidos, son dos temas que han estado unidos desde hace mucho tiempo. En agosto, Armand Bennet, un joven de 26 años que circulaba en su auto por un barrio elegante de Nueva Orleans, fue asesinado por la policía; en Tulsa, Jeremy Lake, de 19 años, fue asesinado por un policía mientras caminaba por la calle con la hija del policía. En noviembre, un niño negro de 12 años de edad fue asesinado por un policía en un parque de Cleveland mientras jugaba con su pistola de juguete. Ninguna de las víctimas estaba armada, ninguno de ellos habría sido asesinado si hubieran sido blancos.
El desproporcionado número de jóvenes negros y latinos asesinados por las distintas policías da fe de la existencia de un grave problema que no siempre es reconocido por los distintos grupos raciales del país. Entre el 2000 y el 2014, el 27 por ciento de las personas asesinadas por agentes de la ley en el condado de Los Ángeles eran negros, mientras que un poco más del 50 por ciento eran latinos. Los negros solo constituyen el 10 por ciento de los habitantes del condado.
Parte del problema, ha escrito el profesor Michael Eric Dyson, de la Universidad de Georgetown, es que los estadounidenses tienen percepciones muy diferentes acerca de las relaciones raciales en el país, tan diferentes que no hay un punto de partida común para empezar a intentar resolver los conflictos raciales que los afectan. Una encuesta del Huffington Post muestra que el 64 por ciento de los afroamericanos creen que el oficial que mató al joven negro en Ferguson debió ser castigado, mientras que solo el 22 por ciento de los blancos compartía este juicio.
El mismo profesor Dyson recientemente acaba de protagonizar en televisión nacional un debate con el exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani que claramente muestra esta dicotomía.
Para Giuliani, los verdaderos victimarios de los afroamericanos son los negros, el 93 por ciento de los afroamericanos que son víctimas de homicidio son asesinados por otros negros, no por policías, dijo. Las cifras son correctas, pero lo que Giuliani no dijo y Dyson no le recordó es que 84 por ciento de los blancos asesinados son victimados por blancos. Es decir, los principales victimarios de una comunidad racial son de la misma raza en todos los casos.
Pero eso no es lo que querían decir Giuliani ni quienes piensan como él. Lo que quiso decir es que la gente de color es un problema en su comunidad y para la gente blanca. No que la brecha económica y educacional entre negros y blancos es cada día mayor, porque no todos reciben las mismas oportunidades. No que la brutalidad policiaca en contra de las minorías es un hecho irrefutable. No que en la inmensa mayoría de los casos los policías que matan a personas desarmadas no reciben castigo.
Los sucesos de Ferguson deben conducir al país a una reflexión profunda que evidencie que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, el racismo sigue poniendo en evidencia la vulnerabilidad de sus principios y sus valores.
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