Erdogan se apoya en Putin para provocar a Europa
Casi cuatro semanas después del fallido golpe de Estado en Turquía, el presidente Erdogan realizó ayer su primera visita al extranjero para mantener un encuentro con el líder ruso, Vladimir Putin. Ambos mandatarios dieron por zanjada la profunda crisis bilateral que se desencadenó en noviembre cuando un avión militar ruso que combatía en Siria fue derribado por soldados turcos al penetrar en su territorio. Aquel episodio no provocó sólo el enfriamiento de las relaciones diplomáticas. Ha tenido también devastadores efectos para la economía de Ankara, ya que las sanciones de Moscú han hecho caer hasta un 90% el turismo ruso en Turquía y han perjudicado de forma alarmante sus exportaciones agrícolas, por poner sólo dos ejemplos del desastre. Así se explica que al mandatario turco no le quedara otro remedio que pedir perdón público al Kremlin en junio.
Con este trasfondo, la reunión de ayer entre Putin y Erdogan tiene, sin embargo, claves geopolíticas de mucho mayor calado. De entrada, se trata de un intento de meter el dedo en el ojo a Occidente -léase, la UE y Estados Unidos- en un momento de especial tensión. El presidente turco cree que ni Washington ni las cancillerías europeas mostraron suficiente respaldo durante la asonada que intentó descabalgarle del poder. Aún más. Las denuncias de Erdogan de que Washington protege al clérigo Fetulah Gülen, a quien culpa directamente de estar detrás del golpe, ha resquebrajado sus relaciones con la Casa Blanca. La purga masiva que afecta a decenas de miles de funcionarios en Turquía y las detenciones arbitrarias que se han producido desde aquel día, sumadas a la violación sistemática de los derechos humanos y al hostigamiento a los medios de comunicación, también han enrarecido el clima entre Ankara y las capitales comunitarias, por más que éstas sólo se hayan atrevido a criticar la deriva autoritaria de Erdogan con la boca pequeña.
En este contexto, el Gobierno turco busca nuevos aliados. Y aunque no está de momento en disposición de protagonizar un realineamiento radical, sí pretende hacer ver a sus aliados de la OTAN que no está dispuesto a admitir de brazos cruzados el más mínimo cuestionamiento de su política. Echarse en brazos de Moscú es en esta estrategia la jugada perfecta, dado que Rusia vive un remedo de guerra fría con EEUU y la UE por las sanciones impuestas a raíz de la guerra con Ucrania y la anexión ilegal de Crimea.
Los pasos de Erdogan son, en fin, una auténtica provocación a Europa. Y se aprovecha de que los Veintiocho se sienten atados de pies y manos porque su acuerdo con Ankara para tratar de detener la llegada de inmigrantes es hasta ahora la única medida que Bruselas ha sido capaz de aprobar para hacer frente a la crisis de los refugiados, el mayor reto actual para el proyecto comunitario. Pero resulta descorazonador ver por un lado la parálisis política de la UE para dar una respuesta más satisfactoria a este drama humanitario, y, por otro, asistir cada día al chantaje de Turquía advirtiendo de que incumplirá el tratado sobre refugiados si se cuestiona cómo pisotea la democracia.
Hay otra clave fundamental de no menor importancia en el acercamiento entre Moscú y Ankara, muy alejadas hasta ahora por la guerra siria. Rusia es el principal valedor del régimen de Asad, mientras que Turquía promueve su caída. Si Putin logra, como pretende, atraer a su estrategia para Oriente Próximo a Erdogan, supondría el apuntalamiento definitivo del Gobierno de Damasco. Éste sería otro bofetón para EEUU y la UE, que cada vez parecen pintar menos en el conflicto que está convulsionando a todo el planeta.
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