El pueblo vs. Washington
No hay nada como lo ya establecido. Esas certezas que se desgranan desde la mañana a la noche hasta que todo el mundo las interioriza y las repite mecánicamente.
Tomen por ejemplo la explicación de la victoria de Trump como una rebelión de la gente sencilla contra las élites establecidas. Como si los negros, los latinos y tantos otros millones de personas de toda raza, condición y extracción social, hasta sumar nada menos que los 60 millones que votaron por Hillary Clinton, fueran el establishment. ¿No es contradictoria la idea de élite con la cifra de 60 millones de personas? Porque si fuera así, entonces Washington DC, capital del establishment, sería la ciudad más grande y hacinada del planeta.
Tampoco podemos suscribir alegremente que Trump deba su victoria a 59 millones de varones, blancos, pobres, ignorantes y fascistas. Porque si el Ku Klux Klan fuera tan numeroso también nos habríamos dado cuenta. Entre los votantes de Trump hay más de 25 millones de mujeres y, por supuesto, gente con estudios, también latinos y, eso sí, en menor medida, negros. Claro que podemos despachar a todos los que no encajan con ese patrón de votante de Trump como “alienados”, es decir, aquellos que en la terminología marxista desconocen su verdadera clase social y votan en contra de sus intereses.
Sí que es rigurosamente cierto, por el contrario, que si alguien representa a la élite es Trump, un millonario de la lista Forbes que nunca pagó impuestos. Y que ha saltado por encima del Partido Republicano para hacerse, primero, con la nominación y luego con la presidencia apelando a un voto profundamente conservador. Pero al final del largo e inesperado camino de Trump hacia la Casa Blanca su número de votos es casi el mismo que los que sus antecesores republicanos, Romney y McCain, obtuvieron contra Obama en 2012 y 2008, respectivamente (60,9 millones el primero, 59,9 el segundo).
Trump es un populista de derechas, pero no es el fascismo el que le ha llevado a la Casa Blanca, sino un profundo conservadurismo hábilmente manipulado. Ese populismo puede degenerar en fascismo o estrellarse contra la democracia.
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