Donald Trump ganó las elecciones en parte porque prometió devolver a la clase blanca trabajadora sin estudios universitarios un nivel de vida que supuestamente ha perdido debido a los acuerdos de libre comercio y la avaricia o indiferencia de la élites financieras y políticas. Por ello, Trump en campaña aludió a otros países -sean aliados, rivales o enemigos- si consideraba que su superávit comercial con EEUU (China, México, Vietnam), su supuesta manipulación de su moneda (China, Alemania) o su abuso del paraguas defensivo protector proporcionado por las tropas estadounidenses (Japón, Corea, aliados europeos de la OTAN) encajaban en su narrativa de que el mundo se aprovecha de la bondad de la primera potencia.
Prometió acabar con Estado Islámico. Por lo demás, Trump no formuló una política de defensa y de seguridad antes de llegar a la Casa Blanca. Su visión de las relaciones internacionales relativiza las alianzas e instituciones multilaterales y apuesta por negociaciones bilaterales. Para recabar el apoyo de China para frenar el programa nuclear de Corea del Norte, Trump desistió de su intención de declarar que Pekín manipula el tipo de cambio de su moneda -medida que facilita la imposición de multas-.
Trump era consciente de que las críticas que lanzó contra los aliados de EEUU inquietaban al ‘establishment’ político de su país. Para tranquilizar los ánimos nombró al prestigioso general James Mattis como ministro de Defensa. Mattis fue el máximo responsable del Comando Central de EEUU, cuya área geográfica engloba el norte de África, Oriente Medio y Asia Central. El nuevo presidente mandó a su vicepresidente y ministro de Exteriores Tillerson a Europa y Asia para asegurar a los aliados de EEUU que mantendrá su compromiso con la OTAN.
El despido de su consejero de seguridad nacional, Michael Flynn, por no revelar sus contactos con la embajada de Rusia brindó a Trump la oportunidad de sustituirle por el teniente general H. R. McMaster, otro militar famoso por su valentía, su intelecto y por cuestionar a sus superiores. Aunque los votantes de Trump rechazan aventuras militares, el presidente se vio forzado a lanzar 59 misiles contra la base aérea del ejército sirio desde la cual se asesinó con gas sarín a más de cien civiles.
TÁCTICAS NEGOCIADORAS
Después de diversos ensayos con cohetes por parte de Irán y Corea del Norte desde enero, la indiferencia de Washington se hubiera podido interpretar como debilidad. Fue aplaudido unánimemente en EEUU y por sus aliados. Trump se jacta ante los periodistas de no desvelar sus intenciones, y los vituperios que lanza a amigos y enemigos son a menudo una táctica negociadora. La ambigüedad de Trump es calculada, así como su deseo de contar con centros de poder que rivalicen. Pero en asuntos militares delicados, Trump sigue los consejos de Mattis y McMaster. Mattis contradice de manera frecuente al presidente. A muchos les disgusta la imprevisibilidad y confusión que puede crear Trump. El tiempo dirá si es una estrategia eficaz.
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