Hollywood está conmocionado por el ‘escándalo Harvey Weinstein’. El todopoderoso -ex todopoderoso, ya- productor de cine, del que se ha sabido que acosó y abusó de casi toda mujer que se le puso por delante. El caso lo ha destapado The New York Times y ha sido como un inmenso “¡Qué escándalo, aquí se juega!”, con el que el capitán Renault se sorprende cínicamente cuando se entera de que en el Rick’s Café se realizan actividades ilegales que él debería reprimir.
Porque, ahora que algunas de las víctimas y otras mujeres están hablando, se descubre que las andanzas del productor eran de sobra conocidas en el ambiente cinematográfico y que quienes las conocían callaron. Por eso es el paradigma de un fracaso social. Un ejemplo de que en esta sociedad queda muchísimo por cambiar.
Todavía hay actitudes indeseables que se toleran como si fueran peccata minuta que se solucionan con un capotazo, aunque ese capotazo cueste mucho dinero: Weinstein llegaba a acuerdos extrajudiciales con las mujeres agredidas a cambio de unos dólares. Pero los acuerdos extrajudiciales se firman cuando las dos partes están en igualdad de condiciones. En este caso no era más que un abuso de poder consentido, también por los abogados de cada caso.
Weinstein es un “enfermo y depravado”, como lo ha definido su hermano, que estaba al tanto de todo. Y le dejaron hacer. Cuando en un entorno liberal, abierto y progresista como se supone que es el mundo del cine se toleran estas actitudes repugnantes, de un intolerable abuso de poder, es que todavía nos queda mucho camino por recorrer.
Financial Times decía el sábado que las revelaciones sobre Weinstein revelan que “la cultura cinematográfica está propulsada por una cisterna de testosterona”. Time escribe que este caso expone que el menosprecio a la mujer es “endémico” en Hollywood y la Academia -como el capitán Renault- ha sentenciado que se ha terminado una época.
Con comportamientos colectivos como éste, pelear por la igualdad real en la sociedad entre hombres y mujeres es una quimera. Todavía queda mucho para la equiparación de sexos en los ámbitos de responsabilidad política, social y económica. Así no es de extrañar que las generaciones jóvenes crezcan con los mismos síntomas que las anteriores. Por mucho que nos empeñemos en lo contrario.
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