Victorias de Putin, derrota de Trump
Israel y Arabia Saudí tienen motivos para estar preocupados tras la retirada de Siria
Esta es la tercera partida victoriosa. Digámosle partida para no hablar de guerra en la época de las contiendas híbridas, posmodernas, que se juegan tanto en los medios como en los campos de batalla. La primera fue la de Ucrania con la anexión de Crimea en marzo de 2014, en contravención del derecho internacional y de los tratados entre Kiev y Moscú. La segunda, la derrota de Hillary Clinton en noviembre de 2016 y la instalación de Donald Trump en la Casa Blanca, en los hechos un auténtico agente ruso que complace los deseos de Vladímir Putin. Y la tercera, una mera consecuencia de la anterior: Trump ha ordenado intempestivamente, y sin advertir a sus aliados ni atender al criterio de sus consejeros, la retirada de las tropas estadounidenses de Siria, entregando la hegemonía regional a Rusia y a sus aliados, Turquía e Irán.
La consecuencia inmediata ha sido la dimisión del secretario de Defensa Jim Mattis, el último cortafuegos ante las decisiones siempre atrabiliarias del presidente. Su desaparición de la Casa Blanca presagia nuevas oportunidades para Putin, pero lo que cuenta es que Trump ha culminado una cadena de errores estratégicos respecto a Oriente Próximo que empezó, en propiedad, hace casi dos décadas. Primero fueron las intervenciones de George W. Bush en Afganistán en 2001, la guerra más larga, 17 años ya, y en Irak en 2003, esta última con el agravante de la ruptura de la legalidad internacional. Luego, la retirada de Irak decidida por Barack Obama en 2011, a la que muchos observadores atribuyen el vacío donde anidó el califato terrorista del Estado Islámico. También se debe a Obama la cesión del protagonismo a Putin cuando en 2013 Bachar el Asad utilizó armas químicas sin que se materializara la amenaza de represalias por parte de la Casa Blanca.
Las decisiones de Trump, el presidente que solo quería victorias, son la culminación, pero la actual derrota geopolítica echa sus raíces en las presidencias anteriores. Rusia ya es la potencia árbitro de la región. El Asad ha ganado su guerra. La pierden los kurdos, fuerza de choque vencedora sobre el Estado Islámico: si nadie les salva serán destrozados por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Llevan 100 años así, desde que Woodrow Wilson pretendía reconocerles un derecho a la autodeterminación que nunca pudieron ejercer. Esta vez, como en las anteriores, su salvación tampoco está en Washington y mucho menos en Berlín, París o Bruselas. La Unión Europea no cuenta. Ni la OTAN. El salvavidas está en Damasco y en Moscú. Es un momento glorioso para Irán, con una jugada también en dos movimientos: el primer regalo se lo hizo Bush, entregándole Irak, y el segundo se lo hace Trump, ofreciéndole un pasillo hasta el Mediterráneo. Israel y Arabia Saudí, los amigos más íntimos de Trump, tienen motivos para estar preocupados.
Una victoria en tres guerras posmodernas equivale a la derrota en la Guerra Fría, que Putin considera como la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. El orden ruso reina en Oriente Próximo.
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