Trump’s Achilles’ Heel

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El talón de Aquiles de Trump

Esta ha sido una semana horrible, terrible y nada buena para el presidente Donald Trump. Quizás la peor desde que llegó al poder. El enemigo esta vez no es imaginario sino muy real y es uno al que el mandatario no le puede responder con irónicos tuits, no lo puede mandar bombardear con drones, tampoco puede remediarlo con la ciega fidelidad de los republicanos, ni combatir con mítines políticos, gorras y cachuchas rojas. Esta vez no le ha resultado ni mentir ni intentar ocultar la verdad, porque el coronavirus está aquí y es una fuerte amenaza para su gobierno y para su reelección.

El mal, conocido por la ciencia como COVID-19, que ha infectado a más de cien mil personas y matado a más de cuatro mil en más de 100 países, en Estados Unidos se presenta ya en 20 estados y el Distrito de Columbia, con un total de 755 casos hasta este martes. Sin embargo, el presidente continúa culpando a los medios de exagerar la situación, a pesar de que los expertos y hombres de ciencia dicen lo contrario.

“No podemos negar que el virus avanza rápidamente en este país y que se está convirtiendo en epidemia en el mundo”, ha dicho el prestigiado médico Anthony Fauci, director del Instituto Nacional para Enfermedades Infecciosas.

Pero ante la honestidad de los científicos estadunidenses, el mandatario los hizo a un lado, se les prohibió dar información o hacer declaraciones y nombró al vicepresidente Mike Pence como vocero y coordinador gubernamental de los esfuerzos para combatir y detener el mal. Pence no es médico ni nada parecido y cuando fue gobernador de Indiana, agravó una crisis de Sida cuando, por “razones morales”, retrasó por meses la entrega de jeringas nuevas y limpias a drogadictos.

Trump sigue negando la realidad que se le viene encima y para la que ni él —que es conocido le tiene pavor a los gérmenes— ni su gobierno están preparados. En los tres años que lleva en el poder, no sólo ha reducido considerablemente el presupuesto para el control de enfermedades, sino que desapareció por completo el Departamento de Salud del Consejo Nacional de Seguridad. Esto es, la inteligencia que se captaba al respecto en otras naciones.

El presidente está mostrando una total ignorancia sobre el tema, no sólo se le ve aburrido cuando los médicos hablan del caso en su presencia, sino que ha proclamado, como si fuera un experto o un Dios y sin ninguna base científica, que el virus desaparecerá “milagrosamente” cuando el clima sea más cálido. Y lo más insólito, Trump ha dicho que posee un don natural para saber cuál es la solución al mal, porque un tío suyo fue físico nuclear graduado del Instituto Tecnológico de Massachusetts.

El presidente ha también asegurado a sus compatriotas que la vacuna pronto estará lista y que actualmente todos quienes así lo quieran pueden someterse a la prueba para saber si poseen la enfermedad. Nada de esto es verdad, lo desmintieron las autoridades de Salud.

Apenas el mes pasado, las posibilidades de resultar reelecto para quedarse cuatro años más en la Oficina Oval parecían muy altas: la economía estaba en su mejor momento, su gobierno había firmado acuerdos con el Talibán y estaba a punto de concluir su presencia en la guerra en Afganistán; y más importante, todo parecía indicar que su oponente demócrata sería el socialista Bernie Sanders, uno para él fácil de vencer, pero nada de eso le está resultando cierto.

Para sus seguidores, la administración Trump ha manejado muy bien la amenaza del coronavirus restringiendo los viajes de sus ciudadanos a países donde el virus se ha extendido. Pero para sus opositores, todo ha sido equivocado desde el principio, cuando 14 estadunidenses infectados en un crucero por Japón fueron enviados de regreso al país junto a otros 300 pasajeros que estaban sanos.

Trump es muy efectivo cuando tiene un enemigo humano a quien atacar, pero no le están funcionando las cosas ahora que el enemigo es un asesino biológico invisible. Muchos le creen y están en todo su derecho de hacerlo, pero uno se pregunta si están ciegos al no admitir que por algo, una de las más grandes economías del planeta, Italia, con sesenta millones de habitantes, se ha cerrado por completo al mundo prohibiendo que alguien entre o salga del país. Una situación de emergencia que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial.

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