United States: 3 Weeks Remain

Published in El Universal
(Mexico) on 12 October 2020
by León Krauze (link to originallink to original)
Translated from by Kaitlyn Diehl. Edited by Elizabeth Cosgriff.
Scenarios for a Biden debacle are increasingly unlikely.

With three weeks left until the United States presidential election, Donald Trump needs an unlikely turnaround. His disadvantage in national surveys is notable. Four years ago at an equivalent time in the campaign, Hillary Clinton surpassed Trump by five percentage points. On average, the difference between Biden and Trump is 10 points. The key swing states do not paint a better picture for Trump; Biden has a solid advantage in Wisconsin, Pennsylvania and Michigan. In all three, the Democratic candidate’s margin is almost six points, far above the margin of error. The story is similar in Florida, Arizona and North Carolina: although Biden has less of an advantage in these states, it is still important. According to survey experts, even if the polls are as wrong as they were in 2016, Biden would win.

In such a precarious situation, one would think that Trump would tread carefully to try to close the gap that clearly separates him from his rival. To start, it could be imagined that Trump would take advantage of any opportunity to debate Biden on whatever stage or in whatever format. The campaign surely has some surprises left, but only a few previously scheduled opportunities that could be turning points remain. The presidential debates are (were?) the most important. At the end of last week, the independent Commission on Presidential Debates—whose integrity is impeccable, no matter what Trump says—announced that the second encounter between the candidates would be in a virtual format as a precaution after Trump’s infection. Although it wasn’t ideal, the decision made sense, especially since the format would be a get-together with voters asking questions. Faced with the decision of the commission—which is, I insist, fully independent and has been respected for decades—Trump opted to throw an absurd tantrum. He said he would not be present at a virtual meeting and that’s that—a decision that led to the cancellation of the second debate. Given his disadvantage and the little amount of time remaining to reverse it, his behavior is incomprehensible.

What remains for Trump, then? Very little. Until now, all of the campaign’s home stretch surprises have conspired against him. The most important, of course, was his contracting COVID-19. Although Trump has tried to turn it around in a myriad of ways, the truth is that his infection and its details (not only Trump contracted it, but also a good portion of his inner circle, starting with his wife) have left him open to ridicule. It’s difficult to imagine a situation more openly embarrassing for a man who has dedicated himself to minimizing the pandemic’s risk for months. Nothing Trump does can take the virus off center stage when he needs the opposite. The more the virus is talked about and the less, for example, the economy is talked about, the worse for Trump’s chances.

We return to the following question, then: What remains for him? The answer is in the unpredictable nature of 2020. Four years ago, the campaign changed course during its final days following the sudden FBI intervention of James Comey over the matter of Clinton’s emails. Comey’s revelations about Clinton’s supposed improper use of emails reinforced Trump’s narrative (“Clinton is corrupt”) and served to hand him the election victory by a tiny margin. Could something similar occur this time? Nothing is impossible, but it’s improbable. Biden is not Clinton. To start with, Biden is a much loved and much less controversial public figure. It’s not an accident that Trump hasn’t managed to demolish Biden’s merits. Although anything can happen in 2020, it seems unlikely that Trump will find the key to knocking down Biden’s prestige with only 20 days left. Biden, on his part, has conducted a careful campaign, avoiding risks. He says what is necessary and nothing more. His campaign has adapted to the times we are living in, and the times we are living in have helped Biden, who tends to speak too much or make unnecessary mistakes. If Biden continues down this path and closes the door to Trump’s manipulations, scenarios for a Biden debacle are increasingly unlikely. It doesn’t help Trump either that in 2020 the number of undecided voters is less than it was four years ago.

Of course, nothing is set in stone. As incredible as it seems, President Trump’s approval rating has increased a bit, almost to 45%. The number is still very low (Obama won reelection with almost 50% approval), but if it continues increasing in the next three weeks, the election might be over with. 2020 won’t let us breathe for even a moment.


Los escenarios para una debacle de Biden se reducen de manera dramática.

A tres semanas de la votación presidencial en Estados Unidos, Donald Trump necesita un regreso improbable. Su desventaja en las encuestas nacionales es notable. Hace cuatro años, Hillary Clinton superaba a Trump, en un momento equivalente de la campaña, por cinco puntos porcentuales. En promedio, la diferencia entre Biden y Trump es, de diez puntos. Las cosas no pintan mejor para Trump en los estados clave. Biden tiene una ventaja sólida en Wisconsin, Pensilvania y Michigan. En los tres, el margen del candidato demócrata es de casi siete puntos, muy por encima del margen de error. La historia es similar en Florida, Arizona y Carolina del Norte: aunque la ventaja de Biden en esos estados es menor, aún así es importante. De acuerdo con los expertos en encuestas, incluso si los sondeos se equivocaran como lo hicieron en 2016, Biden ganaría.

En una situación así de precaria, uno pensaría que Donald Trump actuaría con sensatez para tratar de cerrar la brecha que, con toda claridad, le separa de su rival. Para empezar, uno imaginaría que Trump aprovecharía cualquier oportunidad para, por ejemplo, debatir con Biden en cualquier escenario o en cualquier formato. A la campaña seguramente le quedan sorpresas, pero solo le restan algunos puntos de inflexión previamente agendados. Los debates presidenciales son (¿eran?) los más importantes. A finales de la semana pasada, la comisión independiente de debates presidenciales (cuya probidad es intachable, diga lo que diga Trump) anunció que, por precaución tras el contagio de Trump, el segundo encuentro entre los candidatos sería en formato virtual. Aunque no es ideal, la decisión tiene sentido, sobre todo porque el formato sería de asamblea, con votantes haciendo preguntas. Ante la decisión de la comisión —que es, insisto, plenamente independiente y respetada desde hace décadas— Trump optó por el berrinche más absurdo. Dijo que no se presentaría a un encuentro virtual y sanseacabó, decisión que ha derivado en la cancelación de ese segundo debate. Dada la desventaja y el poco tiempo que le queda para revertirla, lo de Trump es incomprensible.

¿Qué le queda, entonces, a Trump? Muy poco. Hasta ahora, todas las sorpresas de la recta final de la campaña han conspirado en su contra. La más importante, por supuesto, fue su contagio de coronavirus. Aunque Trump ha tratado de darle la vuelta de mil maneras, lo cierto es que el contagio y sus detalles (no solo Trump se contagió, también buena parte de su círculo cercano, empezando por su esposa) lo han dejado en ridículo. Es difícil imaginar una situación más abiertamente embarazosa para un hombre que se ha dedicado por meses a minimizar el riesgo de la pandemia. Nada que haga Trump podrá quitar al virus del centro del escenario cuando Trump necesita lo opuesto: mientras más se hable del virus y menos de, por ejemplo, la economía, Trump lleva las de perder.

Volvamos entonces a la pregunta: ¿qué le queda? La respuesta está en la naturaleza impredecible de 2020. Hace cuatro años, la campaña cambió de rumbo en los últimos días tras la repentina intervención del FBI de James Comey en el asunto de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Las revelaciones de Comey sobre el supuesto uso indebido del correo de Clinton reforzaron la narrativa de Trump (“Clinton es corrupta”) y sirvieron para darle el triunfo, por un margen mínimo, en la elección. ¿Puede pasar algo así esta vez? Nada es imposible, pero es improbable. Joe Biden no es Hillary Clinton. Para empezar, Biden es un personaje público mucho menos polémico y más querido. No es casualidad que Trump no haya logrado desmontar las virtudes de Biden. Aunque cualquier cosa puede pasar en el 2020, se antoja improbable que Trump encuentre la clave para derribar el prestigio de Biden cuando faltan 20 días. Biden, por su parte, ha hecho una campaña cuidadosa, evitando riesgos. Habla lo necesario y nada más. La suya ha sido una campaña adaptada a los tiempos que se viven y los tiempos que se viven han ayudado a Biden, que tiende a hablar de más o a equivocarse de manera innecesaria. Si Biden sigue por ese camino y cierra la puerta a las manipulaciones de Trump, los escenarios para una debacle en la recta final se reducen de manera dramática. Tampoco le ayuda a Trump que, en el 2020, el número de votantes aún indecisos es menor que hace cuatro años.

Por supuesto, nada está escrito y mucho menos. Por increíble que parezca, el índice de aprobación de la gestión presidencial de Trump ha subido un poco, hasta rozar el 45%. El número es todavía muy bajo (Obama ganó la reelección con casi 50% de aprobación), pero si sigue subiendo en las siguientes tres semanas, la elección podría cerrarse. El 2020 no nos dejará respirar ni un instante.
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