El 11-S y los talibanes, 20 años después
Se cierra un bucle de errores que parece remitir al punto de partida, como si nada hubiera cambiado, en una marcha circular de la Historia
En el vigésimo aniversario del 11-S, los talibanes resurgen triunfales sobre el escenario afgano. Se cierra un bucle de errores que parece remitir al punto de partida, como si nada hubiese cambiado, en una marcha circular de la Historia. No del todo. En el ínterin de la Guerra contra el Terror se han producido dos movimientos tectónicos y un cambio de rumbo. China, India o Vietnam emergen: Asia pasa a primer plano. Oriente Próximo implosiona: Siria y Libia pulverizadas, Líbano en descomposición, y la divisoria chií-suní, más aguda que nunca. Auge y caída de dos bloques. Y Estados Unidos pivota hacia el Pacífico, distanciándose primero, y acercándose al segundo por el flanco del Indo-Pacífico. La salida de Afganistán responde a esta nueva orientación, dejando el hoyo abismal del entramado Afg-Pak-talibán a disposición de sus rivales, China, Irán y Rusia. ¿Se adentrarán en él?
Por otra parte, estos 20 años prueban que Estados Unidos entró a tientas en Afganistán y actuó in promptu, apostando por una respuesta militar contundente, acompañada de un enorme despliegue de recursos económicos, pero ignorando que no basta con hacer valer su intención punitiva ni emplear miles de millones de dólares. Existen factores internos que se han pasado por alto. La cohesión religiosa y tribal de los pastunes, la asabiya o “espíritu de clan”, que analizó el historiador árabe Ibn Jaldún, transferida en el islam al plano religioso de la comunidad, y acerada en este caso por la corriente islámica deobandi que impulsó Pakistán, precisamente como contrapeso a una secularización que fortaleciese los nacionalismos locales.
Se trata de una motivación de sentimientos y emociones sin equivalencia en el nacionalismo afgano, unificadora frente a los invasores extranjeros, pero a su vez germen del despotismo y las insurrecciones. Una dinámica de constante enfrentamiento interno, por la incapacidad de desarrollar una gestión de gobierno eficaz.
Occidente, ante la necesidad de establecer algún tipo de relación con los talibanes, se encuentra atrapado en su vocación humanitaria. De ahí la urgencia de fijar condicionantes para un reconocimiento efectivo, vislumbrado hasta ayer por las promesas de moderación. En vano. El anuncio de nuevo Gobierno interino, excluyente de minorías y mujeres, de nula legitimidad, cierra por el momento la puerta incluso a toda ayuda financiera y pone de relieve que la palabra de los talibanes tiene un dudoso valor. ¿Qué hacer con la promesa de rechazo del terrorismo yihadista? Al nombrar ministro del Interior a un personaje como Sirajuddin Haqqani, buscado por el FBI, cuya red está ligada a Al Qaeda, se ha puesto el gallinero al cuidado del lobo. Habrá que seguir evaluando los acontecimientos y mientras tanto, de modo inevitable, mantener los contactos. El reconocimiento tendrá que esperar. 20 años después del 11-S el futuro está por escribir.
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