Yesterday, U.S. President Barack Obama warned that investor distrust in the Washington administration to meet promissory notes could disrupt the entire financial system and provoke a new recession, worse than we already have. The warning was preceded by another, one formulated Saturday by Secretary of Treasury Timothy Geithner, with the sentiment that if Congress does not authorize a higher public debt ceiling, the U.S. could fall into a moratorium on payments, an unprecedented event in the history of that country. It would result, in turn, in putting the brakes on growth, the loss of jobs, an increase in interest rates and the expansion of the fiscal deficit.
The tone of alarm and even desperation in the alerts by both officials should not distract attention from the basic fact, which is the precariousness and uncertainty of the proclaimed American and world economic recovery after the financial collapse of 2008-2009. Indeed, the so-called overcoming of the crisis is limited to a rearrangement of macro indicators, but it does not deal with the intrinsic instability of the economic model in place, which generates social inequality, concentrates wealth and favors speculation in detriment to productive activites.
Despite Obama’s own memorable verbal remarks and those of other leaders in the U.S. and in Europe, the astronomical cost of the economic crisis was transferred to the taxpayer, to the consumers and to the wage earner — while the heads of financial institutions and their traders, responsible for starting the recession with their excessive ambition, were awarded with a multimillion dollar rescue from public coffers. In Mexico, where authorities refused to adopt preventive measures when faced with imminent world chaos and limited themselves to minimizing the risk, the population, in general, was abandoned to luck: The unemployed multiplied, and the extremely poor experienced a new growth cycle.
By concentrating only on the financial aspects of a crisis which, despite expressions of triumph, has simply not been overcome, Obama sent an unmistakable message of disdain to the social sectors affected by the recession — like those who demonstrated last Friday, in the Wall Street financial zone in New York, in repudiation of the massive lay-offs, of the attacks against labor rights and of the elimination of social programs. Although that demonstration targeted the policy of New York governor Michael Bloomberg, certainly a similar anti-crisis strategy — focused on preserving financial interests and businesses and in transferring the costs to the population in general — is shared by state and federal authorities, as it is by governments in most of the world.
Another case is of that the Spanish presidency, held by José Luis Rodríguez Zapatero, who accurately has been called the Robin Hood of the Bankers for taking from the poor to give to the rich. The anti-popular political economy of a government that proclaims itself to be a social democracy, a supporter of the distribution of wealth and a promoter of social well-being has generated a state of discontent in Spain, expressed, among other ways, in mass demonstrations, like those carried out yesterday in several cities, in repudiation of the current economic model and in demand for the end of viewing citizens as merchandise in the hands of politicians and bankers.
In the political sphere, the inconsistency of Rodríguez Zapatero has resulted in a severe discrediting of the Spanish Socialist Worker Party (PSOE), on the eve of an electoral process aiming for a historical defeat.
In short, Western governments have wasted the opportunity represented by the crisis that exploded two and a half years ago to reconstruct world and national economies on ethical bases, to step on the brakes and control the rapacious speculation that corroded rich nations, just as it did — in a more straightforward way — developing economies like our own. Instead, they have proceeded to patch the indicators in order to simulate a weak recovery in the best cases, or an imaginary one in the worst, and to take advantage of circumstance to enrich the rich even more and to make even worse the subsistence of the least favored.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, advirtió ayer que la desconfianza de los inversionistas en el cumplimiento de los pagarés del gobierno de Washington podría desbaratar todo el sistema financiero y provocar una nueva recesión peor de la que ya tuvimos. La advertencia fue precedida de otra, formulada el sábado por el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, en el sentido de que si el Congreso no autoriza un techo superior de endeudamiento público, Estados Unidos podría incurrir en una moratoria de pagos, lo que sería un acontecimiento sin precedentes en la historia de ese país, lo que se traduciría, a su vez, en un freno al crecimiento, pérdida de empleos, incremento de tasas de interés y expansión del déficit fiscal.
El tono de alarma y hasta de desesperación de los llamados de ambos funcionarios no debe distraer la atención sobre el hecho de fondo, que es la precariedad e incertidumbre de la pregonada recuperación económica estadunidense y mundial tras el descalabro financiero de 2008-2009. En efecto, la pretendida superación de la crisis se limitó a una recomposición de los macroindicadores, pero no tocó la inestabilidad intrínseca del modelo económico en vigor, generador de desigualdad social, concentrador de la riqueza y favorecedor de la especulación en detrimento de las actividades productivas.
A pesar de los memorables arranques verbales del propio Obama y de otros gobernantes, tanto en Estados Unidos como en Europa, los costos astronómicos de la crisis económica fueron transferidos a los causantes, a los consumidores y a los asalariados, en tanto los propietarios de las instituciones financieras y sus operadores –responsables de provocar la recesión por su ambición desmedida– fueron premiados con rescates multimillonarios procedentes de las arcas públicas. En México, donde las autoridades se negaron a adoptar medidas preventivas ante la inminencia del desbarajuste mundial y se limitaron a minimizar los riesgos de éste, la población en general fue abandonada a su suerte: el desempleo se multiplicó y la pobreza extrema experimentó un nuevo ciclo de crecimiento.
Al concentrarse únicamente en los aspectos financieros de una crisis que a pesar de los triunfalismos no ha sido plenamente superada, Obama envía un mensaje inequívoco de desdén a los sectores sociales afectados por la recesión, como los que se manifestaron el pasado viernes alrededor de la zona financiera de Wall Street, Nueva York, en repudio a los despidos masivos, a los ataques contra los derechos laborales y a la eliminación de programas sociales. Si bien esa manifestación tenía como blanco la política del alcalde neoyorquino, Michael Bloomberg, lo cierto es que semejante estrategia anticrisis –centrada en preservar los intereses financieros y empresariales y en transferir los costos a la población en general– es compartida por las autoridades estatales y federales, así como por los gobiernos de la mayor parte del orbe.
Otro caso es el de la presidencia española, encabezada por José Luis Rodríguez Zapatero, quien ha sido llamado con precisión el Robin Hood de los banqueros, por quitarles a los pobres para darles a los ricos. La política económica antipopular de un gobierno que se proclama socialdemócrata, partidario de la distribución de la riqueza y promotor del bienestar social, ha generado un estado de descontento en España que se expresa, entre otras formas, en manifestaciones multitudinarias como las realizadas ayer en diversas ciudades, en repudio al modelo económico vigente y en demanda de que la ciudadanía deje der ser considerada mercancía en manos de políticos y de banqueros.
En el terreno político, la inconsecuencia de Rodríguez Zapatero ha derivado en un severo descrédito del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en vísperas de un proceso electoral en el que se encamina a una derrota histórica.
En suma, los gobernantes occidentales han desaprovechado la oportunidad que ha representado la crisis que detonó hace dos años y medio para reconstruir la economía mundial y las nacionales sobre bases éticas y poner freno y control a la avidez especuladora que corroe tanto a las naciones ricas como, en forma mucho más descarnada, a las economías en vías de desarrollo, como la nuestra. Han procedido, en cambio, a parchar los indicadores para simular una recuperación frágil, en el mejor de los casos, o imaginaria, en el peor, y a aprovechar la circunstancia para enriquecer más a los ricos y dificultar en mayor medida la subsistencia de los menos favorecidos.
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It wouldn’t have cost Trump anything to show a clear intent to deter in a strategically crucial moment; it wouldn’t even have undermined his efforts in Ukraine.