One of U.S. President Joe Biden’s obsessions since inauguration — like that of his predecessor, Donald Trump — has been the attempt to obstruct the dizzying economic, political and social development of the People’s Republic of China.
During a speech given in the White House on Oct. 28 supporting a multibillion dollar spending bill that was previously approved by Congress, the president affirmed that it “put us on a path not only to compete, but to win the economic competition for the 21st century against China and every other major country in the world.”
The production of microchips is included in this confrontation. Washington relies on a few advantages it has over Beijing: The globe’s main production plants are in the United States or in allied countries, such as South Korea, Japan and Taiwan, the latter being the world's primary manufacturer.
The cutting-edge chips, which are sent to all the large advanced technology companies, are concentrated mainly in two brands: TSMC in Taiwan and Samsung in South Korea. Next are Qualcomm and Intel from the U.S. It is estimated that about 80% of chips are produced in Taipei and Seoul.
The U.S. is granting million dollar loans so that its companies are able to expand the ability to increase production. For example, Intel has invested $20 billion to open two microprocessor factories in Arizona.
In this declared commercial-financial war, Biden’s administration recently prohibited Intel from initiating the production of microchips in a factory in the Chinese city of Chengdu to deal with the shortage. The company explained to U.S. authorities that increasing silicone wafer production in the U.S. by the end of 2022 is a key component in the manufacturing of semiconductor devices — like integrated circuits — and in starting their production in the Asian country.
The spokesperson for the Ministry of Foreign Affairs of the People’s Republic of China, Zhao Lijian, denounced Washington’s refusal of Intel’s plan as another example of imposed commercial barriers that undermine the rules of international business.
Lijian added, “Economic globalization is an objective reality and historical trend. The U.S. has repeatedly overstretched the concept of national security and abused state power to politicize and weaponize science, technology and economic and trade issues based on ideology."
All this is happening against a backdrop of universally increased concern about the shortage of chips used in a variety of ways, such as computers, cell phones, cars, high-tech teams, aviation and astronautics. Many companies have suffered the lack of microprocessors and chips since the decline of the pandemic and the increase in demands.
Also, millions of ultramodern and expensive chips are required for the implementation, proliferation and maintenance of 5G network databases.
For most countries, it is impossible to build and operate a factory for these sophisticated components because it demands enormous startup capital.
The factories must rely on highly qualified, highly salaried personnel who are also scarce in many countries. As if this weren’t enough, the facilities require maintenance and extreme cleanliness — a single dust particle could cost millions. The constant updating of these microchips is essential to remaining competitive in the market, as products could become almost obsolete given the slightest delay.
Web Russia Today cited Intel, for example, which lost its industry leadership some years ago when Asian rivals started to produce chips with 5-nanometer transistors — 20,000 times smaller than the thickness of a sheet of paper.
In its open hostility toward Beijing, the United States also sanctioned the companies Huawei and SMIC to prevent their access to technologies for microchip development; thus, they forced the Asian giant to become more self-sufficient in other fields.
But in this clash of titans for technological supremacy, Beijing holds a powerful card: It owns between 85% and 95% of production and the supply of the rare earth elements, while Washington depends on 80% of these supplies coming from China. Rare earth elements are also produced — although in minor quantities — in India, Russia, the U.S., Burundi, Malawi, Canada and Australia. An interruption in supplies would have serious negative effects on the North American economy.
The rare earth elements consist of a group that consists of 17 metals and minerals: cerium, lanthanum, praseodymium, neodymium, promethium, samarium, europium, gadolinium, terbium, dysprosium, holmium, erbium, thulium, ytterbium, scandium and yttrium.
If the Asian giant cuts its shipments, then the U.S. would suffer huge technological and military delays; according to experts, it would take about three years to find new suppliers. Faced with this reality, the White House will be left with no other option but to call for a careful weighing of the issue.
Los chips y la obsesión de Biden con China
Una de las obsesiones del presidente estadounidense Joe Biden desde que llegó al poder ha sido, al igual que la de su predecesor Donald Trump, la de tratar de obstaculizar el vertiginoso desarrollo económico, político y social que ha alcanzado la República Popular China.
Durante un discurso pronunciado en la Casa Blanca el pasado 28 de octubre para apoyar un presupuesto bimillonario que posteriormente fue aprobado por el Congreso, el mandatario aseveró que ese dinero “nos pondrá en el camino para ganar la competencia económica en el siglo XXI contra China y todos los demás países importantes del mundo».
En esta línea de enfrentamiento aparece la producción de chips donde Washington cuenta con algunas ventajas sobre Beijing pues las principales plantas de producción del orbe están en Estados Unidos o en territorio de sus aliados como Corea del Sur, Japón o Taiwán (este último el principal fabricante mundial).
Los chips de vanguardia que se destinan a todas las grandes empresas de tecnologías avanzadas se concentran principalmente en las marcas TSMC de Taiwán y Samsung de Corea del Sur. Después aparecen también las estadounidenses Qualcomm e Intel. Se estima que alrededor del 80 % de los chips se producen en Taipei y Seúl.
Estados Unidos está otorgando empréstitos millonarios para que sus compañías amplíen capacidades e incrementen producciones. Por ejemplo, Intel ha invertido 20 000 millones de dólares para abrir dos fábricas de microprocesadores en Arizona.
En esta declarada guerra comercial-financiera, la administración de Biden prohibió recientemente a Intel empezar a producir microchips en una fábrica en la ciudad china de Chengdu, cuyo objetivo era hacer frente a la escasez. La compañía expuso a las autoridades estadounidenses aumentar para finales de 2022 el volumen de producción en Estados Unidos de obleas de silicio, un componente clave en la fabricación de dispositivos semiconductores como los circuitos integrados e iniciar su fabricación en el país asiático.
El portavoz del Ministerio de Exteriores de China, Zhao Lijian, denunció que el rechazo de Washington al plan de Intel es otra muestra de que las barreras comerciales impuestas socavan las reglas de comercio internacional.
Lijian agregó que «la globalización es una realidad objetiva y una tendencia histórica. Estados Unidos ha sobrepasado repetidamente el concepto de seguridad nacional y ha abusado del poder estatal para politizar y convertir en armas la ciencia, la tecnología y las cuestiones económico-comerciales basadas en la ideología”.
Todo esto ocurre cuando aumenta la preocupación universal por la escasez de chips que son utilizados en las más disímiles cuestiones como computadoras, celulares, autos, equipos de alta tecnología, aviación, cosmonáutica. Muchas empresas han sufrido la falta de microprocesadores y chips tras la disminución de la pandemia y el incremento de las demandas.
Además, para la implantación, proliferación y mantenimiento de las bases de datos de las redes 5G se necesitan millones de ultramodernos y costosos chips.
Para la mayoría de los países resulta imposible construir y echar a andar una fábrica de esos sofisticados artefactos pues se necesitan un abundante capital inicial.
Las fábricas deben contar con personal altamente calificado que resulta sumamente costoso y escaso en muchos países. Como si esto fuera poco, hay que agregar que las instalaciones deben tener condiciones, un mantenimiento y una limpieza extrema pues una sola partícula de polvo ocasionaría pérdidas millonarias. La actualización constante de estos microchips es imprescindible para poder mantener la competencia en los mercados ya que al mínimo retrazo las producciones serían casi obsoletas.
Un ejemplo citado por la Web Rusia Today fue el de Intel que hace unos años perdió el liderazgo cuando sus rivales asiáticos comenzaron a producir chips con transistores de cinco nanómetros, es decir, 20 000 veces más pequeños que el grosor de una hoja de papel.
Estados Unidos en su abierta hostilidad contra Beijing también “sancionó” a las compañías Huawei y SMIC para que no tuvieran acceso a las tecnologías para el desarrollo de microchips por lo que ha obligado al gigante asiático a fortalecer su autosuficiencia en disímiles esferas.
Pero en esta lucha de titanes por la hegemonía tecnológica, Beijing cuenta con una carta poderosa en sus manos: posee entre el 85 y el 95 % de la producción y el suministro de todas las tierras raras, mientras Washington depende del 80 % de esos abastecimientos procedentes de China. También los producen aunque en menores cantidades India, Rusia, Estados Unidos, Burundi, Malawi, Canadá y Australia. Una interrupción de los suministros tendría graves efectos negativos en la economía norteamericana.
Las tierras raras constituyen un grupo compuesto por 17 elementos, (metales y minerales): cerio, lantano, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europico, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio, lutecio, escandio e itrio.
Si el gigante asiático corta los envíos, Estados unidos sufriría fuertes atrasos tecnológicos-militares, y según los expertos tardaría cerca de tres años en buscar nuevos abastecedores. Ante esta realidad, a la Casa Blanca no le quedará más remedio que llamarse a la reflexión.
This post appeared on the front page as a direct link to the original article with the above link
.