With Friends Like These…

Edited by Robin Silberman

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La voladura de los puentes fronterizos en el Táchira por el ejército venezolano habla por sí misma. ¿Es concebible un acto más agresivo, provocador y burdo?

Lo grave es que vendrán más, porque estos hechos forman parte de la escalada fronteriza en que está empeñado Chávez, en la medida en que su situación interna se deteriora. Colombia debe preverlo, mantenerse firme, pero tranquila y no caer en celadas. Ni esperar tampoco, tristemente, solidaridades efusivas de una comunidad internacional que prefiere permanecer alejada o neutral.

Es lamentable que hechos de tan ostensible agresividad solo susciten reacciones ambiguas o pasividades cómplices. Sobre todo en el propio Continente. No se sabe qué desconcierta más: si el silencio de Unasur o el equilibrismo de Estados Unidos.

Si frente a los desaforados insultos, amenazas guerreristas y actos provocadores del presidente Chávez resulta sorprendente el mutismo de un bloque al que Colombia pertenece y que se supone promueve la paz en Suramérica, la actitud de nuestro gran aliado del Norte es poco menos que indignante. Washington no solo busca pasar de agache, sino que ha pretendido colocar a ambos gobiernos en una especie de pie de igualdad en conducta.

A comienzos de semana, el portavoz del Departamento de Estado, Philip Crowley, llamó a Bogotá y a Caracas a “reducir el nivel de la retórica”, como si estuvieran utilizando el mismo lenguaje. El siguiente día, el embajador gringo en Venezuela, Patrick Duddy, ratificó que desean “mejorar la relación” con el gobierno de Chávez.

Mientras que Colombia soporta con estoica discreción que el gobierno venezolano trapee literalmente con su presidente y sus ministros, voceros oficiales de Estados Unidos -socio en el acuerdo de las bases que tanto nos ha costado con los vecinos- tienen el descaro de ofrecerse como mediadores y de desligarse de la grave crisis binacional. “No creo sinceramente que tenga que ver con Estados Unidos”, llegó a decir míster Crowley.

Los síntomas de esta especie de abandono gringo son diversos y crecientes. El miércoles, un grupo de congresistas demócratas cercanos a Obama le solicitaron recortar aún más la ayuda militar a Colombia (ya se ha reducido 40 por ciento en tres años). Y la semana pasada, el Departamento de Estado desaconsejó visitar a Colombia por peligrosa. No solo le han sacado el cuerpo al TLC, tan crucial para el comercio nacional, sino que ahora le asestan este golpe bajo al turismo.

Esto nos pasa por sapos, dirán unos. “Así paga el Diablo a quien bien le sirve”, recuerdan otros. Y sin caer en antiimperialismos mamertos, la actitud de Washington ante la crisis, sumada a una mal disimulada frialdad de la Casa Blanca ante el presidente Uribe, sí evoca toda una tradición de dejar a sus aliados colgados de la brocha. De dejar plantados sin pudor ni vergüenza a quienes pusieron a pelear por ellos.

Los ejemplos históricos abundan. Chiang Kai-shek, en la China, cuando comenzó a perder la guerra con Mao Tse-tung. Los sucesivos gobernantes de Vietnam del Sur, hasta la derrota final. Lon Nol, el fiel aliado en Camboya. Los regímenes democráticos centroamericanos, que nunca recibieron la ayuda posconflicto prometida. El próximo desahuciado promete ser el mandatario de Afganistán, Hamid Karzai, colocado por E.U. para presidir una guerra inganable y ya descalificado por inepto y corrupto.

El autor Patrick Buchanan lo llama “la forma americana del abandono”, según la cual su país, cuando está por arrojar a un aliado a los lobos, sigue un viejo ritual: “Descubrimos que el hombre que apoyábamos nunca fue moralmente apto para ser nuestro socio”. Por algo Henry Kissinger dijo que “en este mundo es a veces peligroso ser enemigo de Estados Unidos, pero ser amigo es fatal”.

Mientras descubrimos qué tan costosa nos saldrá ahora esta amistad, lo clave es entender que el régimen chavista representa el más complejo desafío de política exterior que ha enfrentado Colombia en los últimos tiempos.

La estrategia del canciller Bermúdez de no responder a las provocaciones y de desarrollar una diplomacia activa hacia la comunidad internacional es acertada. Pero no será suficiente. En especial si nuestros vecinos y supuestos aliados se lavan las manos. O equiparan los gritos energúmenos de Chávez con el diplomático silencio de Uribe.

Es que con estos amigos…

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