The last I heard of Osama bin Laden was while our small group of special envoys was chasing him irresponsibly around the Tora Bora mountains. The chance of winning the exclusive rights of his capture, combined with a considerable degree of collective unconsciousness, pushed us along during the several days we went after the al-Qaida leader’s trail, along the precipitous slopes of a mountain which, in the end, would be his last refuge and escape route.
The thought that we could be witnesses to his capture drove some to set up constant watch. Take the AFP envoy, for example, who planted himself in a tent in the country, bearing the rigors of the harsh winter, the night bombings and the shuffling around of the mujahedeen doing the dirty work of the CIA.
In those days of fierce competition for the exclusive rights to his capture, I still remember the landing of the FOX News helicopter, with the necessary equipment and special envoys who arrived early everywhere, in a clearing of the grasslands that predominated the grandiose silhouette of Tora Bora.
The creation of the FOX special air command, capable of moving in record time, would mark the turning point in the competition with CNN, which held the monopoly in news coverage until that moment.
Against the backdrop of fierce competition, the race against the clock, the sudden changes in temperature and the outrageous rumors, I still remember the long days, which got going at dawn for those of us who preferred to rest in the crowded rooms of the Hotel Spinghar in Jalalabad, about three hours from Tora Bora, at the end of each day.
After the showers of bombs the United States scattered during the night, the hunt for Osama bin Laden resumed in the morning. Amidst the tunnels, uprooted trees, pieces of clothing and flesh and blood left behind the infamous daisy cutters — bombs that fire pieces of hot metal that cut and penetrate everything in their paths when they explode — we unscrupulous special envoys ran behind some muhjahedeen who were as disoriented and disorganized as we were.
It was during one of those nights of return and withdrawal, in the small room I shared in Jalalabad with Henry Serbeto, ABC Spain’s envoy, that we found out some news that marked a before and after in the coverage.
According to the version that we obtained and confirmed with several locals, Osama bin Laden had been seen by a doctor shortly before escaping from Jalalabad. A serious kidney problem had kept him back there for several days before he set out for Tora Bora. A few days later, America’s most wanted terrorist, responsible for the attacks of Sept. 11, 2001, had escaped by a hair from the mujahedeen and CIA agents who were hot on his heels.
However, even then, there were several things that intrigued those of us who climbed the slopes of Tora Bora every day. Each time we went deep into bin Laden’s terrain, we would come across leftovers of fresh foodstuffs such as honey, fruit or canned food along with remains of the daily destruction.
In a nutshell, bin Laden’s combatants went down to the nearest village to the mountains at night in order to supply themselves with provisions, mistaken for the mujahedeen who were supposed to be chasing them.
Another thing that puzzled us was the apparent incompetence of the mujahedeen who were pursuing bin Laden, but without much dedication or conviction. In addition, when the first CIA commanders arrived to the area equipped with powerful four-wheelers and light weapons, bin Laden’s trail had been lost.
In this way, the belief that bin Laden had escaped from the U.S. military to seek refuge in neighboring Pakistan marked the end of an attack and the coverage of it from which many of us left Afghanistan sick, injured, several kilos lighter, with beards several centimeters long and the feeling of having spent the entire time hunting a ghost.
Perhaps that is why, when President Barack Obama confirmed the death of bin Laden at almost midnight on Sunday, the conclusion to what had been incomplete coverage that winter of 2001 brought closure to some of us, almost 10 years later.
The decision to shoot the leader of al-Qaida in the head and toss him into the sea has not only demonstrated the United States’ resolution and urgency in beheading the leadership of an organization that has spread to countries like Yemen, Somalia and Afghanistan.
It has also demonstrated the Obama administration’s urgent necessity to let out a historic “Hasta la vista, baby” to Osama bin Laden in order to get rid of a ghost, a black legend that has fueled the United States’ worst nightmares for the past decade.
La última vez que supe de Osama Bin Laden, fue mientras un reducido grupo de enviados especiales correteábamos irresponsablemente por las faldas de las montañas de Tora Bora. La posibilidad de ganar la exclusiva de su captura, combinada con un considerable grado de inconsciencia colectiva, nos empujó durante varios días a ir tras la pista del líder de Al Qaeda por las escarpadas laderas de una montaña que, al final, sería su último refugio y su ruta de escapatoria.
La convicción de que seríamos testigos de esa captura llevó a algunos a montar guardia permanente. Como por ejemplo, el enviado de la AFP, que se plantó con una tienda de campaña, soportando los rigores de un crudo invierno, los bombardeos nocturnos y el continuo trasiego de los comandos mujaidines que le hacían el trabajo sucio a la CIA.
En esos días de competencia encarnizada por la exclusiva de la captura, aún recuerdo el aterrizaje del helicóptero de la FOX news en un claro de pastizales que dominaban la grandiosa silueta de Tora Bora, con el equipo necesario y los enviados especiales que llegaban los primeros a todas partes.
La creación de comandos aéreos especiales de la FOX, con capacidad de desplazarse en tiempo record, marcaría el punto de inflexión en la competencia con la CNN, hasta ese momento, la dueña del monopolio en la cobertura informativa.
En ese contexto de feroz competencia, de lucha contra el reloj y de súbitos cambios de temperatura y rumores disparatados, aún recuerdo las agotadoras jornadas que arrancaban en horas de la madrugada para todos aquellos que preferíamos descansar al final de cada jornada en las abarrotadas habitaciones del Hotel Spinghar, de Jalalabad, a unas tres horas de Tora Bora.
Tras la lluvia de bombardeos que sembraba Estados Unidos durante la noche, la cacería de Osama Bin Laden se reanudaba por la mañana. Entre los socavones, los árboles arrancados de cuajo y los restos de ropa, carne y hueso que dejaban tras de sí las famosas cortamargaritas --unas bombas que al estallar despiden pedazos de metal candente que lo cortan y penetran todo a su paso--, los desaprensivos enviados especiales corríamos detrás de unos mujaidines tan desbrujulados y desorganizados como nosotros.
Fue durante una de esas noches de retorno y recogimiento, en la pequeña habitación que compartía en Jalalabad con Enrique Serbeto, el enviado del ABC de España, que nos enteramos de una noticia que marcaría un antes y un después en la cobertura.
Según la versión recabada y confirmada por varios lugareños, poco antes de escapar de Jalalabad, Osama Bin Laden había sido atendido por un médico. Un grave problema de riñones lo había detenido durante varios días en esa localidad antes de emprender su salida hacia Tora Bora. Unos días más tarde, el terrorista más buscado por Estados Unidos, el responsable de los atentados del 11 de septiembre del 2001, se les escapaba por los pelos a los comandos de mujaidines y a los agentes de la CIA que le pisaban los talones.
Pero, ya desde entonces, habían varias cosas que nos intrigaban mucho a quienes subíamos todos los días por las laderas de Tora Bora. Cada vez que nos adentrábamos por el terreno dominado por Bin Laden, junto a los restos de la destrucción cotidiana, nos topábamos con los restos de productos alimenticios frescos como miel, fruta o comida enlatada.
En pocas palabras, los combatientes de Bin Laden bajaban de noche al pueblo más cercano a la montaña de Tora Bora para pertrecharse de suministros, confundidos entre los comandos de mujaidines que supuestamente les daban caza.
Un segundo elemento que nos desconcertaba, era la aparente incompetencia de los comandos mujaidines que perseguían a Bin Laden, pero sin demasiada entrega y convicción. Y cuando llegaron los primeros comandos de la CIA a la zona, dotados de poderosas cuatrimotos y armamento ligero, la pista de Bin Laden se había perdido.
La convicción de que Bin Laden se le había escapado al ejército de Estados Unidos, para buscar refugio seguro en el vecino Pakistán, marcó así el fin de una ofensiva y de una cobertura en la que muchos salimos de Afganistán enfermos, heridos, con varios kilos de menos, con una barba de varios centímetros y esa sensación de haber perseguido a un fantasma durante todo el tiempo.
Quizá por ello, cuando casi al filo de la medianoche del domingo el presidente Barack Obama confirmó la muerte de Bin Laden, el final de lo que había sido una cobertura incompleta en aquel invierno del 2001, cerró su ciclo casi diez años más tarde para algunos de nosotros.
La decisión de ejecutar de un tiro en la cabeza al líder de Al Qaeda y arrojarlo al mar ha demostrado no sólo la resolución y la urgencia de Estados Unidos por decapitar el liderazgo de una organización que se ha extendido por países como Yemen, Somalia o Afganistán.
Además, ha demostrado la urgente necesidad de la administración Obama de lanzar un histórico “Hasta la vista Baby” a Osama Bin Laden para tratar de deshacerse de un fantasma, de una leyenda negra que ha alimentado las peores pesadillas de Estados Unidos durante la última década.
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