Drones are still lethal. The U.S. media reports that the Pentagon's "drones" (or worker bees) have cleared the second head of al-Qaida. The frequent use of these aircrafts increasingly solves problems for Washington, primarily in its fight against terrorism.
The drones, of which the Pentagon and the CIA now have about 19,000, can be used for various purposes. These include peaceful uses, such as performing a field survey of the last tsunami, monitoring the border to prevent illegal immigration, and espionage over areas subjected to war. The surveillance or espionage has reached sophistication unimaginable a few years ago. Months ago, an Rg-170 Sentinel fell into Iranian territory from an unknown failure. It's a small plane, about 20 meters from end to end when measured at the wings. The cost of the plane was only about $6 million, although it is capable of flying thousands of feet high and is virtually undetectable by radar. The aircraft can be handled accurately from about 12,000 kilometers away, at a base in Nevada. It takes photographs of great precision. Before the malfunction, if it was in fact undetected as its mythic capabilities suggest, the Sentinel sent thousands of photographs of facilities or Iranian troop movements.
It is not uncommon, then, for drones to be manufactured and or purchased by more than 40 countries.
More controversial and important is the role played by the drones as deadly fighters. A good number of them are being used by Washington to eliminate terrorists in Somalia, Yemen and Pakistan, among others. The relation of cost to benefit is clear. The U.S. does not have to admit that is at war, and the loss of American lives when eliminating a terrorist is zero. It is the ideal weapon to prevent a runoff of dead American soldiers, as the sight of body bags coming out of Iraq or Afghanistan clearly affects public opinion. Casualties are reduced, so Obama has embraced the drones without any squeamishness. He has approved, in the last three years, about 262 plane attacks of this sort. This is about five times more than Bush did in his eight years in office.
The American public does not seem undeterred with the performance of the drone despite having two legal and moral pitfalls. On one hand, the elimination of a terrorist has been decided without any kind of due process. On the other, despite their precision, there are inevitable deaths of innocents. When a terrorist target is located, and certainty is established regarding their identity, it remains uncertain whether the two or three people that are with him are also terrorists. This problem, apart from the already existing moral dilemma, fuels anti-American propaganda.
Obama, despite his promises and goals, has failed to close the Guantanamo base and has even continued some practices that were criticized when his predecessor was in office. These include delivering terrorists to regimes that are not always respectful of human rights and the protocol of military courts.
The president strives to smooth out these policies, and in the matter regarding the use of drones has imposed a more rigorous implementation. It seems that when the three conditions are met, he does not hesitate to issue the order to send a drone: when the capture of the suspect is impossible, when the identity of the terrorist is certain, and where there is conviction that said individual is involved in preparing an imminent attack. According to the New York Times, Obama reviews the list of potential targets every month and authorizes it personally. The list has been prepared by some 100 experts on terrorism. He has no excessive doubts. It seems that he only holds back on an order if there is a non-negligible probability that there would be civilian casualties.
Breaking his pacifist image, Obama, according to his national security adviser, [Thomas E.] Donilon, "is a president who is quite comfortable with the use of force on behalf of the United States." The concentrated attack in Pakistan, violating the sovereignty of the country in order to eliminate bin Laden, whose residence had been extensively photographed by drone, was a good test. The removal in November of a dangerous Islamic cleric, a U.S. national, is another. The number of drone deployments and attacks is also telling.
Voters, as well as the majority of American media, seem to have no qualms with this expeditious way of wiping out terrorist suspects. Public opinion and the international press have also not been troubled with this violation of the law. Drones do not bother Obama or his compatriots, but it is unlikely that public permissiveness would occur if the executor of the policy had been Bush, or another Republican president.
Molestan a Obama los abejorros?
Los abejorros siguen siendo letales. La prensa estadounidense informa de que los aviones sin piloto del Pentágono ('drones' o abejorros) han liquidado al segundo jefe de Al Queda. La utilización cada vez más frecuente de estos aviones resuelve crecientemente problemas al gobierno de Washington en su lucha fundamentalmente contra el terrorismo.
Los drones, de los que el Pentágono y la CIA poseen ya unos 19.000, pueden ser utilizados con diversos fines. Desde pacíficos como el reconocimiento del terreno en el último tsunami o la vigilancia de la frontera para evitar la inmigración ilegal hasta los de espionaje pasando por los puramente de guerra. Los de vigilancia o espionaje han alcanzado una sofisticación inimaginable hace escasos años. Hace meses un Rg-170 Sentinel cayó en territorio iraní por un fallo desconocido. Es un pequeño avión que mide unos 20 metros de un extremo a otro de las alas, que cuesta sólo unos 6 millones de dólares, que vuela a miles de metros de altura y que es prácticamente indetectable por el radar. El avión puede ser manejado con precisión desde unos 12,000 kilómetros de distancia, desde una base situada en Nevada. Hace fotografías de enorme precisión y, antes de que se averiase, si es que no fue detectado a pesar de su leyenda y derribado, envió miles de fotografías sobre instalaciones o movimiento de tropas iraníes.
No es raro que los abejorros empiecen a ser fabricados o comprados por más de cuarenta países.
Más controvertido e importante es el papel jugado por los abejorros como mortíferos aviones de caza. Un buen número de ellos están siendo empleados por Washington para aniquilar a terroristas en Somalia, Yemen, Pakistán etc... La relación coste beneficio es clara, usándolos Estados Unidos no tiene que admitir que está en guerra y la pérdida de vidas americanas a la hora de eliminar un terrorista es nula. Es el arma ideal para evitar el goteo de cadáveres de soldados estadounidenses, la visión que impacta a la opinión pública del goteo de sacos con cadáveres que vienen de Irak o Afghanistán. Las bajas se reducen, de ahí que Obama haya abrazado a los abejorros sin el menor remilgo. Ha aprobado en los últimos tres años unos 262 ataques con aviones de esta clase, unas cinco veces más que Bush en sus ocho años de mandato.
La opinión pública estadounidense no parece inmutarse demasiado con la actuación de los abejorros a pesar de que presentan dos escollos jurídico-morales de peso. De un lado, se decide la ejecución de un terrorista sin la menor clase de proceso. De otro, y a pesar de su precisión, es inevitable que se produzcan muertes de inocentes. Cuando un blanco terrorista es localizado con certeza sobre su identidad, y los errores no se pueden excluir, no es seguro que las dos o tres personas que en ese momento lo acompañan sean también terroristas. Los fallos, aparte del dilema moral, alimentan la propaganda antiamericana.
Obama, a pesar de sus promesas y sus deseos, no ha logrado cerrar la base de Guantánamo e incluso ha proseguido con algunas prácticas criticadas de su predecesor, la entrega de terroristas a regímenes no siempre respetuosos de los derechos humanos y el mantenimiento de los tribunales militares.
El Presidente se esfuerza en suavizar estas políticas y en el caso del uso de abejorros ha impuesto un mayor rigor en su aplicación. Parece que cuando se dan las tres condiciones que ha impuesto, que la captura del sospechoso sea irrealizable, que se tenga certeza sobre la identidad del mismo y que haya la convicción de que está envuelto en la preparación de un atentado inminente, no vacila en dar la orden de que un abejorro lo liquide. Según el New York Times, Obama revisa mensualmente la lista de posibles blancos, que ha sido confeccionada por unos 100 expertos en terrorismo, juristas etc... y la autoriza personalmente. No tiene excesivas dudas. Parece que congela la orden si hay una probabilidad no despreciable de que haya bajas civiles.
Rompiendo la imagen que se tenía de él, Obama, según Donilon su asesor en seguridad nacional, "es un Presidente que está muy cómodo utilizando la fuerza para la defensa de Estados Unidos". La irrupción en Pakistan, violando la soberanía del país, con objeto de eliminar a Bin Laden, cuya residencia había sido ampliamente fotografiada por un abejorro, es una buena prueba. La eliminación en Noviembre de un peligroso clérigo islámico, de nacionalidad estadounidense, es otra. El número de salidas y ataques de abejorros es asimismo indicativo.
El votante y la mayor parte de los medios de información estadounidenses, con alguna excepción, no parecen tener mayores escrúpulos con esta expeditiva manera de borrar del mapa a sospechosos terroristas. La opinión pública y la prensa de otros países tampoco se han agitado con esta ignorancia de la ley. Los abejorros no incordian a Obama ni a sus compatriotas Es improbable que esta permisividad se produjera si el ejecutor de la política fuese Bush o un presidente republicano.
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