Yesterday White House officials announced a bilateral meeting to take place March 3, 2011, in Washington D.C., between U.S. President Barack Obama and Mexican President Felipe Calderón. According to Philip Crowley, a spokesperson for the State Department, Calderón’s visit to the capital will present the opportunity to discuss the countries’ joint efforts, revise the current state of the Merida Initiative and renew the support that Mexico needs from the United States in these times.
At the meeting it will be impossible to avoid the revelations exposed in recent WikiLeaks releases. Documents published on the site in the last two weeks have revealed a bilateral relationship between the U.S. and Mexico marked by the U.S.’s subordination of the Mexican government. Within Mexico, the government has also uncovered constant illegal raids taking place, the presence of progressives in favor of Mexican sovereignty and the subordination of domestic politics — even more so than the suppression of public security matters — to the interests of Washington.
With these revelations in mind, it is disconcerting that in yesterday’s press release from Los Pinos confirming Thursday’s meeting, it was insisted upon that both countries agree on a so-called “common interest” when it comes to security. The truth is that there is really no connection between the acute crisis of public security posed by drug cartels in Mexico and the U.S.’s obsession to perpetuate the disastrous “war on terror,” which was launched by the Bush administration.
The divergence in interests between the two countries can be seen clearly in the fact that while Calderón’s government asks the U.S. for a maximum commitment in the a battle against violence carried out by drug traffickers, various sectors of the U.S. seem more interested in seeing this scourge continue to grow. The U.S. is also interested in seeing the arms industry continue to grow, which is why the violence in Mexico constitutes an excellent business opportunity as well as an opportunity for the U.S.’s political leadership, which claims to be alarmed by the blood bath in Mexico but does nothing to stop it. It is important for the U.S.’s political leaders to remember that last Saturday, the majority of the House of Representatives rejected establishing minimal regulations for the sale of arms in the U.S., including the requirement that gun retailers in the states bordering Mexico declare the sale of two or more assault rifles to a given person.
Moreover, Washington’s role in combating drug trafficking is far from the “compromise” to which the U.S. government’s spokespeople refer. Remember, for example, during the Iran-Contra crisis, U.S. intelligence agencies documented promotion of drug trafficking within the United States. The U.S. government actually tolerates the illegal trafficking of drugs within its borders, which happens with relative frequency and without the violence produced in similar transactions happening south of the Rio Grande. This substantiates the country’s slack attitude toward controlling arms trafficking in Mexico and eliminating money laundering in the U.S. financial sector.
The U.S.-promoted solutions to drug trafficking south of the border, which were adopted by Calderón’s administration in the context of the “war against organized crime,” have not only been inefficient but have also had counterproductive effects on Mexico, yielding hundreds of thousands of deaths, exacerbating violence and causing an institutional deterioration as well as a loss of control within an extended border territory. The U.S.’s purported solutions to drug trafficking have also evinced the lack of credibility and duplicitous moral discourse coming from Washington and, worse, the country’s interest in justifying interventionism in Mexico.
For these reasons, it is necessary that society demands that leaders report with truthfulness and transparency on agreements made during the upcoming meeting between the U.S. and Mexico in order to prevent the occasion from being exploited by the U.S. government as a new opportunity to increase its intrusive pressures on the Mexican government.
México-EU: cumbre e injerencismo
a Casa Blanca informó ayer sobre una reunión bilateral, a realizarse el próximo 3 de marzo en Washington, entre los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y de México, Felipe Calderón. A decir del vocero del Departamento de Estado, Philip Crowley, la visita de Calderón a la capital del vecino país abre "la oportunidad de abordar los esfuerzos conjuntos, revisar el estado actual de la Iniciativa Mérida y refrendar el apoyo que México necesita de Estados Unidos en estos momentos".
Resulta imposible desvincular este encuentro de los datos aportados por las filtraciones de Wikileaks, publicadas en este diario a lo largo de las dos semanas recientes: tales documentos han puesto al descubierto una relación bilateral caracterizada por la supeditación del gobierno mexicano al estadunidense; por los allanamientos constantes y progresivos a la soberanía nacional por parte del vecino país y, en general, por la subordinación de la política gubernamental –en ámbitos más amplios que la seguridad pública– a los intereses de Washington.
Con estas consideraciones en mente, es preocupante que en el comunicado emitido ayer por Los Pinos para confirmar el encuentro del jueves próximo se haya insistido en presentar un supuesto "interés común" de ambos países en el terreno de la seguridad, cuando no hay relación alguna entre la aguda crisis de seguridad pública que vive el país a consecuencia de las acciones de los cárteles de la droga y las obsesiones estadunidenses de perpetuar la desastrosa "guerra contra el terrorismo" emprendida por la administración Bush.
La divergencia de intereses se expresa claramente con el hecho de que, mientras el gobierno calderonista pide al estadunidense mayor compromiso en el combate a la violencia asociada al narcotráfico, diversos sectores de Estados Unidos parecen interesados en que ese flagelo se mantenga y profundice. Tal es el caso de la industria armamentista del vecino país, para la cual la violencia en México constituye una excelente oportunidad de negocio, pero también de la cúpula política estadunidense, que se dice alarmada por el baño de sangre en México, pero no hace nada por impedirlo: cabe recordar el rechazo mayoritario de la Cámara de Representantes de Estados Unidos –el sábado pasado– a establecer regulaciones mínimas y deseables a la venta de armas en aquel país, como el requerimiento de que los comerciantes de armamento en los estados fronterizos con México informen sobre compras de dos o más rifles de asalto por una misma persona.
Por lo demás, el desempeño de Washington en materia de combate al narcotráfico dista mucho de corresponderse con el "compromiso" al que se refieren los portavoces de ese gobierno: recuérdese, por ejemplo, la documentada intromisión de agencias de inteligencia de Estados Unidos para promover el tráfico de drogas ilícitas dentro del territorio nacional, en el contexto del operativo Irán-contras, a mediados de los años 80 del siglo pasado. Por añadidura, actualmente el gobierno de ese país tolera el trasiego ilícito de estupefacientes dentro de su propio territorio –el cual fluye con normalidad, sin los escenarios de violencia que se reproducen al sur del río Bravo– y se muestra indolente en lo que toca al control del tráfico de armas hacia México y la erradicación del lavado de dinero en los circuitos financieros estadunidenses.
Las soluciones de combate contra el narcotráfico promovidas por Estados Unidos al sur de la frontera, y adoptadas por la administración calderonista en el contexto de la "guerra contra la delincuencia organizada", no sólo han sido ineficaces y generadoras de efectos contraproducentes para el país –decenas de miles de muertos, violencia exacerbada, deterioro institucional y pérdida de control en amplias franjas del territorio–, sino también han puesto de manifiesto la inverosimilitud y la doble moral del discurso de Washington y, lo más grave, han exhibido el interés de su aparato gubernamental por allegarse de justificaciones para el intervencionismo en nuestro país.
Por ello, es pertinente y necesario que la sociedad exija a las autoridades que informen con veracidad y transparencia sobre lo tratado en el encuentro de la semana entrante, a efecto de evitar que la ocasión sea utilizada por el gobierno estadunidense como nueva oportunidad para incrementar las presiones injerencistas sobre el mexicano.
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