The rise in unemployment is associated with a fall in effective demand and is an obstacle for an economy and its companies as they attempt to recover. However, in the United States the current phase of recovery has worked in strange ways. In this economy unemployment has led to increased productivity, and therefore profits. Unemployment has been something of a gift for big corporations. That may seem surprising, but the data does not lie.
The global crisis brought a dramatic rise in unemployment. Of course, European countries were also hit by unemployment, but according to data from the OECD, more than half of the jobs lost between 2007 and 2010 in the 31 largest economies in the world were lost in the U.S. This reduction in employment is out of proportion with the decline in output in the U.S. economy.
The data shows that U.S. GDP declined less than it did for the same group of countries between 2008 and 2010. How is this possible? The answer reveals much about the internal dynamics of capitalist economies.
During the past three decades a system of flexibility in the labor market was imposed in the United States. The protection of labor rights, both temporary and permanent, was gradually and inexorably removed. For years, U.S. capitalism could boast that unemployment had dropped when compared to European counterparts because it had established a system in which it was easy to hire and to fire. Of course, while the mirage lasted (especially over the last 10 years) workers endured many hardships and increasingly found themselves in debt.
The pressure on the labor force was also maintained by transferring jobs overseas, thanks to the gigantic international subcontracting process called globalization. Still, this mechanism was not able to reduce the number of U.S. jobs more than 30 percent. Today, transnational corporations still have two-thirds of their workforce in the U.S. (approximately 21.2 million of a total of 31.2 million workers, according to a study by Martin Sullivan), which is why the offensive against United States workers continues to escalate.
When the crisis erupted, U.S. companies were able to cut labor costs more easily than their counterparts across the Atlantic and in Japan. The flexibility in the labor market allowed little resistance to cutting costs and restoring profit margins. Therefore, the U.S. now has one of the worst rates of unemployment in the developed world. Also, if you count the hidden unemployment numbers (people who left the job search or persons engaged in part-time jobs looking for a full-time), the unemployment rate soars to depression levels.
Today, job creation remains weak and does not compensate for the new workers entering the labor market every year. At this rate of job creation, unemployment levels that existed before the crisis (5 percent in 2007) will only be reached again in 2031. In addition, about 27 percent of the jobs created in 2010 were temporary. The vast majority of other new jobs generated by the private sector are poorly paid and without benefits, and almost all are in the service sector.
The disaster in the U.S. labor market has been marked by layoffs and wage reductions. In 2010, wages and salaries paid to workers by companies reached a record low of only 42 percent of U.S. personal income. The pauperization of the working class is now a structural feature of the U.S. economy.
Job cuts did lead to increases in productivity (fewer people produce the same amount of goods), which resulted in a significant increase of earnings from 2008 to 2009. Although there was a modest reduction in the first quarter of 2011, the data shows that corporate profits are about 11 percent of national income.
While investment in production assets stalled, large corporations in the United States saw growth in their cash flow. In the non-financial sector, this improvement in cash flow liquidity allowed a direct increase in resources available to repurchase stock, new stock market investments, mergers, and acquisitions (typical features of a capitalist crisis).
In addition, the treasuries of the major transnational Americans are drowning in liquidity, which has allowed them to increase their investments through the portfolio of so-called emerging countries. This is unsustainable. The worst part is that the relapse of the U.S. economy will have serious implications for global capitalism.
El incremento del desempleo está asociado a una caída en la demanda efectiva y constituye un obstáculo para que una economía y sus empresas puedan recuperarse. Sin embargo, en Estados Unidos la fase actual de la "recuperación" ha funcionado de maneras extrañas. En esa economía el desempleo ha permitido aumentar la productividad y, con ello, las ganancias. El desempleo ha sido algo así como un regalo para las grandes corporaciones. Eso puede sorprender, pero los datos no mienten.
La crisis global trajo consigo una dramática elevación del desempleo. Por supuesto que los países europeos fueron golpeados por la desocupación, pero según datos de la OCDE más de la mitad de los empleos perdidos entre 2007-2010 en las 31 economías más importantes del mundo se destruyeron en Estados Unidos. Esta disminución en el empleo está fuera de proporción con la caída en el producto en esa economía. Los datos demuestran que el PIB en Estados Unidos declinó menos que para ese grupo de países entre 2008 y 2010. ¿Cómo es esto posible? La respuesta es reveladora de la dinámica interna de las economías capitalistas.
Durante los últimos tres decenios se impuso en Estados Unidos un régimen de flexibilidad en el mercado laboral. La protección de los derechos laborales, tanto en el caso de contratos temporales o permanentes, se eliminó gradual e inexorablemente. Frente a sus colegas europeos, el capitalismo estadunidense pudo vanagloriarse durante años de que el desempleo se había reducido porque se había establecido un régimen en el cual era fácil "contratar y despedir". Claro, mientras duraron los espejismos de las burbujas (en especial en los últimos diez años), los trabajadores sobrellevaron las cosas y se endeudaron cada vez más.
La presión sobre la fuerza de trabajo también se mantuvo con el traslado de empleos hacia el exterior, en ese gigantesco proceso de subcontratación internacional de la llamada "globalización". Pero aún ese mecanismo no pudo reducir más de 30 por ciento el número de empleos en Estados Unidos. En la actualidad, las empresas trasnacionales todavía emplean dos terceras partes de su mano de obra en Estados Unidos (aproximadamente 21.2 millones de un total de 31.2 millones de trabajadores según un estudio de Martin Sullivan). Por ese motivo la ofensiva en contra de los trabajadores se intensifica en Estados Unidos.
Cuando estalló la crisis, las empresas estadunidenses pudieron recortar costos laborales más fácilmente que sus contrapartes del otro lado del Atlántico o de Japón. La flexibilidad en el mercado laboral permitió encontrar poca resistencia para recortar costos y recuperar los márgenes de ganancia. Por eso Estados Unidos tiene hoy una de las peores tasas de desempleo abierto en el mundo desarrollado. Y si contabilizamos el desempleo disfrazado (personas que abandonaron la búsqueda de un empleo o personas ocupadas en empleos de tiempo parcial que buscan uno de tiempo completo), la tasa de desocupación se dispara a niveles de una depresión.
Hoy la creación de empleos sigue siendo débil y no compensa los nuevos trabajadores que entran al mercado laboral cada año. A ese ritmo de creación de empleo, los niveles de desempleo que existían antes de la crisis (5 por ciento en 2007) apenas se van a recuperar en 2031.
Además, cerca de 27 por ciento de los empleos que se crearon en 2010 fueron temporales. La gran mayoría del resto de los nuevos puestos de trabajo generados por el sector privado son mal remunerados y sin prestaciones, casi todos en el sector servicios. El desastre en el mercado laboral de la economía estadunidense ha estado marcado por despidos y una fuerte contracción salarial. En 2010, el pago de sueldos y salarios realizado por empresas a los trabajadores apenas alcanzó el 42 por ciento del ingreso personal en Estados Unidos, una cifra récord. La pauperización de la clase trabajadora es ya un rasgo estructural de la economía estadunidense.
El recorte laboral generó aumentos de productividad (menos personas producen la misma cantidad de bienes) y eso se tradujo en un incremento importante en las ganancias en 2008-2009. Aunque éstas sufrieron una modesta contracción en el primer trimestre de 2011, los datos revelan que las ganancias de las corporaciones constituyen alrededor de 11 por ciento del ingreso nacional. Mientras la inversión en activos fijos productivos se estancó, las grandes corporaciones en Estados Unidos vieron crecer su flujo de efectivo. En el sector no financiero ese mejoramiento del flujo de liquidez disponible permitió dirigir más recursos a la recompra de acciones, nuevas inversiones en el mercado accionario y a las fusiones y adquisiciones de empresas (rasgo típico de las crisis capitalistas). Además, las tesorerías de las principales trasnacionales estadunidenses están ahogadas en liquidez, lo que les ha permitido aumentar sus inversiones en cartera en los llamados países emergentes.
Todo esto es insostenible. Lo grave es que la recaída de la economía estadunidense tendrá graves repercusiones sobre el capitalismo mundial.
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